El Informe Juventud 2024 confirma una generación dependiente, con empleo precario y sin horizonte de estabilidad

El Informe Juventud 2024 confirma una generación dependiente, con empleo precario y sin horizonte de estabilidad

El Ministerio de Juventud e Infancia ha publicado el Informe Juventud en España 2024, un documento que ofrece una radiografía detallada de la realidad de los jóvenes de entre 15 y 34 años. Bajo un título que pretende resaltar la “resiliencia” de esta generación, lo que emerge en realidad es el retrato de una juventud que retrasa como nunca el inicio de su vida adulta, atrapada en la dependencia familiar, el empleo inestable y la imposibilidad de acceder a una vivienda en condiciones. Es una generación que, aun contando con más años de formación que ninguna otra en la historia reciente de España, tiene menos margen para tomar las riendas de su vida.

La población joven supone hoy apenas el 15,9% del total, frente al 23,7% que representaba en 1981. Esta caída, fruto de la baja natalidad y del envejecimiento, reduce su peso en la vida pública y limita su capacidad de influir en las decisiones que les afectan directamente. En este escenario, la edad media de emancipación ha escalado hasta los 30,4 años, la cifra más alta de Europa. Aunque el porcentaje de jóvenes que viven con sus padres ha bajado del 75,5% en el año 2000 al 60,5% actual, el avance es escaso para más de dos décadas. El acceso a la vivienda sigue siendo el principal freno: más de la mitad de los hogares jóvenes vive de alquiler, con rentas que en muchos casos absorben más del 90% de sus ingresos, tres de cada diez no pueden afrontar gastos imprevistos y uno de cada diez no consigue mantener su vivienda a temperatura adecuada. En un país que retrasa la independencia personal hasta más allá de los 30, es ilusorio esperar que los jóvenes puedan formar hogares estables y construir un proyecto vital sólido.

En el mercado laboral, aunque la tasa de paro juvenil ha mejorado respecto a los peores momentos de la última década, la precariedad sigue siendo la norma. La temporalidad, la rotación y los salarios insuficientes impiden cubrir el coste de la emancipación y aplazan decisiones esenciales para consolidar la vida adulta, desde la compra o el alquiler de una vivienda hasta la formación de una familia o el emprendimiento de un negocio. La precariedad no solo erosiona el poder adquisitivo, sino también la confianza de los jóvenes en que el esfuerzo y la formación conducen a una vida mejor, instalando la sensación de que la estabilidad es un privilegio reservado a unos pocos.

En el plano educativo, el informe destaca la reducción del abandono escolar temprano y del porcentaje de jóvenes que ni estudian ni trabajan, pero admite que la mejora académica no se traduce de manera automática en empleos de calidad. El crecimiento sostenido de la enseñanza privada, que el propio documento señala, amenaza con consolidar dos trayectorias diferenciadas: la de quienes pueden acceder a una educación reforzada con recursos adicionales y la de quienes dependen exclusivamente del sistema público. El riesgo es evidente: un sistema educativo que en lugar de igualar oportunidades, las segmenta y limita la movilidad social.

El apartado dedicado a la participación política revela un incremento del interés, que ha pasado del 16% al 24% en tres décadas, y un aumento en la implicación en protestas como manifestaciones o huelgas desde 2019. Sin embargo, la confianza en el Parlamento, los partidos políticos y la Jefatura del Estado se ha desplomado. La consecuencia es una participación que se queda en gestos puntuales sin traducción en cambios reales. Sin credibilidad institucional, la política deja de ser un cauce de resolución de problemas para convertirse en un terreno donde predomina la frustración y la confrontación estéril.

El uso de las tecnologías de la información es prácticamente universal: nueve de cada diez jóvenes pasan más de dos horas diarias conectados y las redes sociales se han convertido en el centro de su vida social. Si bien estas herramientas permiten acceso inmediato a información y contacto, también sustituyen progresivamente las relaciones presenciales por vínculos superficiales y efímeros. Esta dinámica digital, cuando sustituye al contacto humano real, erosiona la capacidad de mantener relaciones estables y reduce el compromiso personal.

El informe aborda por primera vez de manera específica la salud mental y advierte que un número significativo de jóvenes sufre soledad no deseada, especialmente en entornos urbanos y en determinados grupos. La atención psicológica disponible es insuficiente y muchos de los que necesitan ayuda no la reciben. La combinación de aislamiento, precariedad laboral y falta de perspectivas genera un malestar emocional que no se resuelve con mensajes de ánimo ni con un simple llamamiento a la resiliencia. Sin vínculos personales fuertes, estabilidad económica y apoyo real, la salud mental seguirá deteriorándose.

En el ámbito económico, la juventud mantiene una capacidad de ahorro reducida y depende en exceso del respaldo familiar. Esta dependencia no es fruto de una elección libre, sino consecuencia de un mercado laboral y de vivienda que expulsa a los jóvenes de la posibilidad de sostenerse por sí mismos. Cuando la independencia económica se retrasa más allá de la treintena, se produce un bloqueo generacional que impide la renovación de la sociedad y limita el dinamismo económico.

El consumo cultural y el ocio muestran un repunte en la participación gracias a la oferta digital, pero esta mayor accesibilidad no siempre implica un compromiso más profundo. El consumo cultural tiende a fragmentarse y adaptarse a lo inmediato, perdiendo la dimensión de formación personal y construcción de criterio que debería tener. Sin una implicación activa en la vida cultural, la juventud queda expuesta a una dieta cultural superficial, dominada por modas efímeras y contenidos de baja exigencia.

Si las tendencias que refleja el Informe Juventud en España 2024 se mantienen en las próximas dos décadas, España afrontará un problema estructural de gran calado. La prolongación de la dependencia familiar más allá de la treintena reducirá la creación de nuevos hogares y agravará el desplome de la natalidad, estrechando todavía más la base demográfica sobre la que se sostiene El País. Un número creciente de adultos tardíos, sin independencia económica ni vital, hará que la edad media de la población siga subiendo y que el relevo generacional en El Mundo laboral y en la vida social sea cada vez más débil.

Pero el riesgo no es únicamente demográfico. La precariedad laboral crónica y la falta de perspectivas fomentan un estilo de vida marcado por la provisionalidad, en el que las decisiones importantes —formar una familia, asumir responsabilidades duraderas, invertir en un proyecto propio— se aplazan indefinidamente. Sin vínculos firmes, ni en lo personal ni en lo profesional, el país se instala en una cultura de lo transitorio, en la que el compromiso deja de ser un valor central y es sustituido por la lógica de la oportunidad pasajera.

A esta fragilidad se une la erosión de valores sólidos como el esfuerzo continuado, la responsabilidad individual, el sentido de pertenencia y el respeto a las obligaciones asumidas. Una generación que crece sin experiencias tempranas de independencia real y sin asumir compromisos estables encuentra más difícil desarrollar un sentido claro de deber hacia los demás y hacia el propio país. Esto no solo afecta a la vida privada, sino también a la fortaleza de las instituciones, que dependen de ciudadanos capaces de sostener su palabra y cumplir sus compromisos.

En el plano social, la ausencia de un horizonte vital estable favorece la atomización de la sociedad. Si las relaciones humanas se construyen sobre la base de vínculos frágiles y el contacto humano se sustituye por la comunicación virtual, la cohesión social se deteriora. Sin un marco compartido de valores y sin experiencias colectivas duraderas, crece la desconfianza entre generaciones y entre los propios jóvenes, debilitando la capacidad del país para afrontar retos comunes.

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