Portazo en Bruselas

Las cuitas de la política nacional planearon el martes sobre el Consejo de Asuntos Generales de la Unión Europea, donde se sientan los veintisiete ministros de Asuntos Exteriores o, en su defecto, sus secretarios de Estado.
Se ventilaba el debate y votación sobre la posibilidad de incluir el catalán, el euskera y el gallego entre las lenguas oficiales de uso diario en las instituciones de la UE.
Hubo debate, pero no votación.
Mejor así, porque el Gobierno español se ahorró el bochorno de una derrota televisada. El portazo se quedó en simple retirada de la propuesta. Llegado el momento la presidencia de turno (Polonia) impidió la votación porque no habría alcanzado la exigida unanimidad en asunto tan sensible como subir de 24 a 27 el número de lenguas oficiales de la UE.
Demasiados recelos y demasiadas lagunas reglamentarias, financieras y de pura logística. Al menos siete delegaciones se pronunciaron en contra de dar luz verde a la propuesta española por falta de maduración. Hasta que los veintisiete la vean viable se queda en el congelador.
Hasta entonces conviene insistir en que el asunto de fondo concierne a los Gobiernos, no a los partidos. Y está claro que hasta Daoiz y Velarde (los leones de bronce del Congreso) saben que la propuesta es el resultado de un apaño político entre el Junts de Puigdemont y el PSOE de Sánchez. Y por eso el frenazo a la oficialidad europea de nuestras tres lenguas territoriales debe interpretarse como un revés en los planes de Moncloa y Ferraz. También en los de Puigdemont, al que se le va a complicar mucho su ya bastante averiado sermón independentista.
En otras palabras, solo esas dos causas políticas, la de Puigdemont y la de Sánchez, salen tocadas por el aplazamiento sine die de la oficialidad del catalán, el gallego en la UE a partir de 2027 sin previa reforma de los Tratados. Y no creo que esos dos ataques de contrariedad se hagan extensivos a los españoles en general sólo porque la UE no considere necesario incorporar al funcionamiento diario de sus instituciones el uso de tres idiomas de arraigo muy territorializado.
El precedente daría lugar a pretensiones similares porque como esos tres idiomas hay al menos cincuenta más en el mapa de la UE, de los que treinta y cinco son cooficiales en sus respectivos países. La frustración se queda reducida a Sánchez y su partido, y a Puigdemont y el suyo. Solo de rebote, también a los nacionalistas de ERC, el PNV y el BNG, que no son patrocinadores de la propuesta, pero la apoyan.
Lo que no tiene un pase es que el discurso oficial de La Moncloa relacione el fracaso de su propuesta con las presiones del PP en Bruselas para boicotearla. No es serio echar la culpa al PP por su falta de implicación a la hora de defenderla.