Entre humor y tradición, “Los maestros cantores de Núremberg” triunfa en el Teatro Real

Entre humor y tradición, “Los maestros cantores de Núremberg” triunfa en el Teatro Real

Aunque Richard Wagner sea más conocido por sus óperas épicas y dramáticas, ¿quién dijo que no inventó obras que contienen instantes humorísticos? Tal es el caso de “Los maestros cantores de Núremberg”, que se estrenó ayer en el teatro Real en una nueva producción del coliseo madrileño junto con la Royal Danish Opera Copenhague y el National Theatre de Brno.

A primera vista la obra pretende ser cómica y algo –dirían algunos– “simplona”, sin embargo, en sus entrañas esconde la peculiar profundidad wagneriana. El compositor no sabía hacer algo bufo y sencillo. Todo –aunque con elementos jocosos– tiene su lugar recóndito en eso que él llamaba su “Gesamtkunstwerk”, es decir una obra de arte total. Lo explica muy bien Alex Ross en su libro “Wagnerismo” (Seix Barral, 2020): “Wagner crea ambigüedad y certidumbre en igual medida. Cualquier cosa que pase fugazmente por la mente de la persona se ve amplificada y reforzada por una profunda implicación con la música”. Desde luego, las 5 horas y media (con los dos entreactos) no puede decirse que sean, precisamente, “elementales”. El compositor alemán compuso “Los maestros cantores de Núremberg” entre 1845 y 1867 y esta obra marca un desvío de sus creaciones anteriores, como “El holandés errante” y “Tannhäuser”, hacia una forma más madura y elaborada.


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Para la trama de esta ópera Wagner se basó, en parte, en la vida del compositor y poeta alemán del siglo XVI, Hans Sachs, aunque la historia en sí misma es una ficción ambientada en Núremberg. La trama gira en torno a un concurso de canto en la propia ciudad, donde los maestros cantores locales deben cantar y ganar para poder casarse con Eva, la hija del orfebre y maestro cantor Veit Pogner. El joven caballero Walther von Stolzing participa en la competición porque está enamorado de la bella Eva. Sin embargo, su participación se ve obstaculizada por la tradición y la rivalidad con Beckmesser. El personaje central, Hans Sachs, es un maestro de canto, poeta y zapatero, cuya sabiduría y compasión sirven como eje moral de la ópera. Eva representa la juventud, el amor y la rebeldía contra las convenciones sociales, mientras que Walther encarna la búsqueda del arte verdadero y la autenticidad en un mundo marcado por las reglas y la competencia. La obra ofrece una crítica sutil de la sociedad germana de la época, reflejando los cambios políticos y culturales que estaban ocurriendo en la Alemania del siglo XIX.

Es interesante destacar que Wagner pretendía enfrentar a los defensores de la tradición representados por Beckmesser –caricaturizado sin piedad– y los partidarios de la libertad creativa del artista, personificados en el joven Walther von Stolzing. En el centro de esta disputa emerge Hans Sachs, una figura conciliadora y altruista que aboga por un arte auténtico y arraigado en la tradición y la cultura del pueblo alemán. Sin embargo, su monólogo final, tergiversado por el régimen nazi, desvió la interpretación de la ópera, alejándola de su defensa del arte como un fundamento para la convivencia y la armonía de la sociedad.

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Siempre hay un primer Wagner 

El aclamado director de escena francés Laurent Pelly –ya vimos su “Il Turco in Italia” la temporada pasada, entre otras–, conocido por su capacidad para crear escenas cómicas y lúdicas, se enfrenta ahora a su “primer Wagner” en una monumental producción con 135 artistas sobre el escenario. Pelly logra capturar tanto la esencia humorística como la profundidad filosófica de la ópera de Wagner a través de tres-cuatro superficies giratorias, una encima de otra, que forman una especia de colina donde se plasma la ciudad en el acto II o la disputa de cantantes en el III. Por supuesto, como marca de la casa, no iba a faltar el típico enmarcado de Pelly, que en este caso es un marco antiguo que cae desde el techo para encuadrar los momentos en los que los cantores están reunidos, como una escena de película o una viñeta de un cómic. 

Su escenografía transporta al público a la pintoresca ciudad medieval de Núremberg, mientras que sus interpretaciones de los personajes reflejan la complejidad de la trama. En la producción de Pelly, los contrastes entre la tradición y la innovación destacan con claridad. Resalta la importancia del arte auténtico y arraigado en la cultura popular, al tiempo que critica la rigidez de las normas sociales y artísticas, construyendo unas casas de papel que se desmoronan al final del segundo acto. En el tercero se muestra al zapatero trabajando alrededor de montones de libros para demostrar el apoyo a la apertura de una sociedad agarrotada por pautas inflexibles. El arte y la cultura abren la mente y Pelly lo muestra con gran claridad e inteligencia. 

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Voces extraordinarias

Indudablemente, se abre un gran abanico de voces pues hay una multitud de personajes. Entre el destacado elenco de cantantes se haya el bajo-barítono canadiense Gerald Finley (en el papel de Hans Sachs). Desde el inicio se mostró seguro con cada frase exacta en precisión rítmica, con un registro grave resplandeciente y vocalización muy atractiva. El barítono británico Leigh Melrose (Sixtus Beckmesser) –le vimos hace poco en “Nixon en China” –se llevó una gran ovación. Sus actuaciones con su laúd (interpretado cómica y magníficamente con el arpa desde el foso) y sus canciones mal interpretadas, como requiere el personaje, hicieron reír al público. Su gama emocional y su fuerza vocal se ajustan a lo que se necesita para este papel, que pasa de una especie de egocentrismo absoluto a la autodestrucción del propio ego al humillarse delante de todo el pueblo con un canto pésimo. Para la que firma esta crítica, su actuación fue la más completa. El tenor croata Tomislav Mužek (Walther von Stolzing), experimentado en el repertorio wagneriano, se presentó con una voz firme, austera y en excelentes condiciones. Quizás, en el primer acto le costó algo más arrancar, pero ya en las siguientes 3 horas estuvo a la altura del papel. El bajo coreano Jongmin Park (Veit Pogner) –que abrió la temporada del Real con “Medea” , con una dicción pésima en francés– esta vez dominó el alemán a la perfección y su capacidad para controlar dinámicamente su voz le permitió crear momentos de gran intensidad dramática, así como transmitir sutiles matices emocionales en su interpretación de padre muy mayor, que transmite sabiduría en la obra. Por último, los dos roles femeninos también fueron interpretados magníficamente por Nicole Chevalier (Eva) y Anna Lapkovskaja (Magdalene). La soprano estadounidense, Chevelier, desafiada por las notas más graves pero elevándose en las más agudas, se llevó un gran aplauso por su fantástico papel. 

Indudablemente, el más aclamado desde el inicio de la velada fue el director de orquesta Pablo Heras-Casado. Ha estado en boca de todos desde que, el verano pasado, se convirtió en el segundo director español, tras Plácido Domingo, en dirigir en Bayreuth, inaugurando así el festival con “Parsifal”. Heras-Casado abordó “Los maestros cantores de Núremberg” con una combinación de sensibilidad, precisión y profundidad interpretativa. Su dirección se enfocó en capturar la riqueza emocional (aunque no llegó a conmover) y la complejidad musical de la obra, mientras mantuvo una claridad y cohesión en la ejecución. En su interpretación, en el estreno, se adaptó a las necesidades de cada escena, creando así una narrativa musical convincente que refleja los conflictos y las emociones de los personajes. Heras-Casado presta especial atención a los detalles musicales y textuales de la partitura. Aunque respetó la tradición interpretativa de la obra, también ofreció una perspectiva fresca y contemporánea. Su dirección equilibrada trae consigo una sensibilidad moderna, lo que permite que la obra resuene con el público contemporáneo. Sin duda, lo logró una vez más. Brilló. Y los que aguantaron hasta el último minuto el maratón wagneriano lo supieron ver y agradecer.

Aunque “Los maestros cantores de Núremberg” no alcanza la misma popularidad que obras como “El anillo del nibelungo” o “Tristán e Isolda”, sigue siendo una piedra angular del repertorio operístico del gran compositor alemán. Sea uno muy wagneriano o poco wagneriano, hay óperas que educan sentimentalmente, aunque solamente sea por la belleza de su música. Esta es una de ellas.

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