“Il turco in Italia”: la ópera de Rossini en forma de fotonovela

“Il turco in Italia”: la ópera de Rossini en forma de fotonovela

Los que afirman –sin mucho conocimiento de fondo, juzgando de nuevo el género lírico– que la ópera sólo puede ser dramática y los finales únicamente pueden sostenerse en la tristeza y muerte, se equivocan gravemente. “Il turco in Italia” de Gioacchino Rossini es una ópera “buffa”: lleva lo cómico en sus venas. En otros términos, un auténtico culebrón. Una novela turca (nunca mejor dicho). Muchas carcajadas y sonrisas entre el público del coliseo madrileño en esta nueva producción del Teatro Real, en coproducción con la Ópera de Lyon y el New National Theatre Tokyo.

A los 22 años, Rossini compuso la ópera “Il turco en Italia” con libreto de Felice Romani. Sin embargo, el estreno de esta obra en 1814, en La Scala de Milán, no fue un éxito para él, ya que el público la consideró más bien una copia de su “La italiana en Argel”, estrenada el año anterior. La decimotercera ópera de Rossini desapareció prácticamente del repertorio de los teatros internacionales entre 1850 y 1950, cuando Maria Callas la puso de nuevo en el mapa.


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Lo del director de escena francés Laurent Pelly es otro mundo. Inteligencia y diversión se combinan para que palabras y música bailen juntos en esta producción, la sexta que realiza en Madrid, tras “Hansel y Gretel”, “Falstaff”, “El gallo de oro”, “Viva la mamma” y la magnífica “La Fille du régimen”. Además, en la próxima temporada le veremos de nuevo con “Los maestros cantores” de Wagner.

La idea de la escenografía de “Il turco in Italia” es fantástica: traslada el espectador a la época italiana de las fotonovelas – ese invento de los años 50 a los 70–, con viñetas y marcos que caen del techo para que parezca una auténtica narración fotografiada, para con la iluminación adecuada, retratar personajes y acciones. Hay continuos movimientos, idas y venidas, proyecciones de diálogos y fotos. Todo a una gran velocidad con el objetivo de exhibir el dinamismo de esta obra de enredo. La iluminación de Joël Adam también es digna de aplauso.

La historia de esta ópera “buffa” se basa en una novela del libretista y poeta Caterino Tommaso Mazzola. Está ambientada en una casa unifamiliar, en la Italia de los sesenta; allí Fiorilla, una mujer harta de su matrimonio con Don Geronio, sentada en la terraza tomando el sol, lee de manera adictiva fotonovelas, las cuales usa para evadirse de la realidad. Mientras tanto, el poeta Prosdocimo –en este caso un vecino cotilla graciosísimo– busca una trama pícara para su nuevo relato y observa con ansia la situación. Realidad y ficción se mezclan constantemente y los personajes acaban cobrando vida y expresando sus propios deseos de actuación libremente. El cónyuge de Fiorilla, en pantalones cortos y chancletas, corta el césped, a ella le molesta, se pelean sin parar y él la culpa de caprichosa. Así pasa que Fiorilla canta: “No sé de locura mayor que querer a un solo amante. Aburrimiento trae, y no deleite. El mismo placer cada día” y se imagina teniendo un romance con el turco Selim, quien sorprendentemente, justo en el momento adecuado, llega en barco –aquí su buque aparece también en forma de folleto, que sale paulatinamente de la parte derecha del escenario– y entre escenas chistosas los dos se enamoran.

Sin embargo, Zaida, la gitana que ya conocía al turco, pues tuvieron una historia de amor en el pasado, entra en acción y así empieza el enredo. Por si fuese poco, Narciso, el anterior amante de Fiorilla, sigue enamorado de ella. Un triángulo (o un cuadrado) amoroso, con batallas verbales entre las dos mujeres para ganarse el corazón del bello Selim. Todo esto con marcos de por medio, que van apareciendo para asemejarse a una fotonovela (conseguido el resultado con gran éxito). Una serie turca en todo su esplendor. Más cuando Selim le dice a Don Geronio que en Turquía hay una costumbre: “La mujer que es una carga/ El marido la puede vender”. Este le contesta enfadado (una escena muy jocosa) que la tradición en Italia, en cambio, es mucho mejor: “El marido rompe el morro/ Casi siempre al comprador”. Por si faltara algo más, en el segundo acto, los personajes se enmascaran y surge una confusión de identidades: “¿Quién es Fiorilla?”, se pregunta Don Geronio. Ni su marido la reconoce. pelea de gallos, líos amorosos, un poeta desesperado, un alboroto intencionado. ¡Menudo meollo!

Una magnífica Sabina Puértolas (Fiorilla), ya había abordado el personaje en otras ocasiones, se llevó una gran ovación por su extraordinaria seguridad en el escenario y su acierto en el aria de arrepentimiento del final de la obra. El veterano barítono italiano Pietro Spagnoli (Don Geronio) demostró gran dominio del lenguaje “buffo”. El bajo rumano Adrian Sâmpetrean (el turco Selim), en muchas ocasiones, no pudo con los agudos y ofreció un canto demasiado humilde, con poca fuerza, para lo que exige su personaje. El barítono Mattia Olivieri (Prosdocimo) es el auténtico pilar de la obra. Un actor admirable, narrador omnipresente, con una voz nítida y con una presencia escénica muy perspicaz. El tenor Anicio Zorzi Giustiniani (Narciso) quedó muy por debajo de sus compañeros de escenario. Antes del comienzo de la primera noche que actuaba, se anunció que padecía una gripe, sin embargo, decidió cantar también en la segunda función. Sin duda, una decisión errónea pues se mostró muy inseguro, con una voz muy apagada, que casi no se escuchaba.

La dirección musical de Giacomo Sagripanti, quien debutó en el foso del teatro Real, no fue “puro Rossini”. Se podría exigir un poco más a un director de tal nivel mundial. Se notó que su lectura fue algo más traslúcida y no tan altilocuente. Sí hubo espléndidas introducciones de escenas y arias, pasajes virtuosos y otras refinadas sutilezas. El final del primer acto culmina en un alegre final. Las arias de esta ópera no tienen en realidad un perfil muy alto, pero suenan bastante distintivas, especialmente las de las damas y el tenor, mientras que las arias del bajo parecen a menudo un poco toscas y retumbantes. Sin embargo, la música no conseguía fluir al estilo rossiniano, hubo un par de momentos en los que la acción de los cantantes y la velocidad de la música no se ajustaban, no terminaba de encajar del todo en el embrollo del libreto.

El humor fino y la comedia exuberante y bien producida caracterizan esta representación. El público reaccionó con gran entusiasmo y con prolongados aplausos a esta “ópera buffa”. Uno se va a casa con una sonrisa de oreja a oreja, imaginándose su vida como en una fotonovela.

@estaciondecult | Foto: Javier del Real

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