Trump tiene un plan

 Trump tiene un plan

Se detecta una general complacencia con el llamado plan de Trump y Netanyahu para la pacificación de Gaza.

Lógico. Hay cansancio en las cancillerías y mucha compasión de las opiniones públicas de todo El Mundo civilizado por el sufrimiento del pueblo palestino.

Así que cualquier lucecita que ilumine una senda encaminada a terminar con la salvaje explanación a sangre y fuego de la franja será bienvenida. Menos es nada. Y nada puede ser peor que lo ya visto y sufrido.

El cansancio de las cancillerías y el martirio de los gazatíes pueden ser razones suficientes para que, una vez más, los vencedores fijen el precio de la paz. Por injusto que sea, se dará por bueno si de verdad sirve para detener la masacre. Pero nadie garantiza eso.

Hasta el Gobierno de Pedro Sánchez, hasta anteayer muy bravo en defensa de la causa Palestina, y abiertamente hostil a la política de Tel Aviv, se apunta ahora a lo políticamente correcto. Después, eso sí, de haberse sentido como el patito feo de la Unión Europea con su radicalidad antisraelí (que no antisemita, que es el comodín de Netanyahu para reprobar la actitud española hasta hace unos días), seguramente incentivada por los apremios que le acorralan en la política interior.

Harina de otro costal es que el plan de Trump para el alto el fuego y la futura pacificación de la franja de Gaza reflejen una verdadera voluntad de aplicar tan beneméritas tareas cuando la letra y el espíritu de dicho plan proyectan una posición claramente conminatoria. Por no hablar directamente de chantaje, puesto que se insta a la rendición incondicional de Hamas so pena de seguir machacando a la población civil. Como si fueran una misma cosa.

Por eso uno cree que el plan está lleno de trampas y no responden a un verdadero afán de terminar el conflicto. Sus veinte puntos se inspiran en la ley del más fuerte. Y eso pasa por la rendición del más débil, so pena de que el fuerte prosiga su ofensiva a sangre y fuego sobre una población civil hambrienta y desarmada. Pero para eso no hacían falta veinte puntos. Hubiera bastado con estos dos:

Un artículo primero para dejar claro que Israel nunca aceptara un Estado palestino, aunque ya, si eso, tal vez, llegado el caso, se reconocería la aspiración del pueblo palestino a autodeterminarse. Y un artículo segundo para disponer que, en caso de duda, se aplicará el artículo primero.

Lo demás es puro voluntarismo, cuya condición previa será el total y verificable sometimiento del más débil al más fuerte.

Si eso queda acreditado, se hablará de rehenes, ayuda internacional, escolta para los gazatíes que acepten la salida del territorio, amnistía para los terroristas que depongan las armas, gobierno transitorio con mando a distancia de Trump y futura monetización de las ruinas.


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