Lo peor es que nos vamos acostumbrando a todo: a ver piernas amputadas en Ucrania y niños famélicos en Gaza.
No puedo, lo confieso, soportar ni una imagen más de ese dolor extremo que tiranos, Putin, Netanyahu, imponen a la población civil. Y mientras, los seres biempensantes de las sociedades desarrolladas, digamos Europa, nos ponemos de perfil, tratando de no mirar demasiado esas fotografías. Que, por cierto, a veces cuestan la vida a mis compañeros periodistas, mucho más arriesgados que yo en la tarea sublime de narrar al mundo tanto sufrimiento.
Me veo obligado a decir que, al menos en lo que se refiere a las relaciones con esos tiranos, apoyo la posición de mi Gobierno, un Ejecutivo tan criticable por tantos otros motivos y tan culpable, pienso, del deterioro en España de mi idea de una democracia perfecta. Pero, en lo que se refiere a las críticas oficiales contra el genocidio en Gaza y al rechazo al actual Gobierno israelí, y lo mismo puedo decir de Putin, no puedo estar más de acuerdo con lo que la diplomacia española hace y dice.
Creo que conviene proclamarlo, porque, en su afán por criticar todo lo que hace este Gobierno, tan mejorable por otro lado, algunos se empeñan en atacar también la hostilidad oficial hacia regímenes como el ruso o el israelí, incluso el argentino, tan mal educado. Si se me apura, me siento inclinado hasta a defender la posición gubernamental ante Trump, aunque en ella se den claros indicios de megalomanía por parte del presidente español: 'el principal enemigo de los excesos de la Administración republicana soy yo', parece decir, el gesto desafiante, sacando pecho, el lenguaje corporal de Pedro Sánchez. Y eso, claro, tendrá un precio, que no sé si estamos dispuestos a pagar.
Me parece que España ha de revisar a fondo una política exterior en la que no paramos de perder influencia en el mundo, comenzando por la Unión Europea. Pero creo también que un país tiene el derecho y el deber de mantener su dignidad y su independencia, cosa cada vez más difícil con los actuales mandatarios en Washington. Hay que recuperar el consenso nacional en política exterior (y en otras cosas, claro), pero ese consenso debe pasar, tiene que pasar, por un acuerdo entre los partidos a la hora de rechazar tajantemente las políticas que no respetan las convenciones internacionales. Y de los genocidas ya no hablamos, claro. ¿Hasta cuándo habremos de seguir viendo, y soportando, esas imágenes de increíble dolor a las que de ninguna manera podemos, ni debemos, acostumbrarnos?