En Marruecos están pasando cosas a las que deberíamos prestar atención. Nuestros vecinos del Sur tienen problemas.
En varias ciudades miles de jóvenes se han manifestado gritando: "¡Queremos hospitales, no estadios!" y "No queremos el Mundial, queremos sanidad". Quieren reformas en la sanidad y la educación, empleos dignos y acabar con la corrupción instalada en las estructuras del poder político y económico del país.
Varios cientos fueron detenidos. Las protestas son pacíficas pero el régimen ha optado por la represión como respuesta a los graves problemas de fondo que padece El País. Una sociedad dual en la que el 35% de los jóvenes están en el paro en un país en el que los nacidos entre 1995 y 2010 constituyen el grueso de la población. Se construyen grandes infraestructuras como el tren de alta velocidad -el primero de África- o puertos gigantescos como Tánger Med o el de Nador West Med, pero gran parte del país sigue preso del subdesarrollo. Sobre todo en las áreas rurales. En algunas regiones para sus habitantes no ha llegado ningún tipo de progreso. Muchos pueblos no tienen electricidad ni agua corriente. Muchos de los afectados por el terremoto que, en el mes de septiembre de 2023, arrasó la región al sur de Marrakech destruyendo numerosas casas, siguen viviendo en tiendas de campaña.
Pero los conatos de revuelta son urbanos. Los jóvenes han encontrado en las redes sociales -Instagram, Tik Tok- el vehículo que da voz y eco a sus protestas. Muchos marroquíes, sobre todo los jóvenes, no encuentran otra salida que la emigración. Francia y España se constituyen en su horizonte. En nuestro país hay cerca de novecientos mil residentes de origen marroquí y pasan de setecientos mil en Francia. El régimen, tildado de corrupto por los manifestantes, parece haber optado por la mano dura para reprimir las manifestaciones. Pero el malestar no cesará mientras no cambien las condiciones sociales que lo generan.
Llegados a cierto grado de tensión social, aunque poco probable a corto plazo, si la situación acabara desbordándose, deberíamos mirar hacia Ceuta y Melilla. Con el precedente histórico de lo ocurrido con el Sáhara Occidental que fue, no se olvide, un territorio español, no habría que descartar una maniobra de distracción en el exterior para intentar desviar la atención de los problemas internos.
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