Desde que la ONU propuso la partición de Palestina en dos Estados y un estatus internacional para Jerusalén (resolución 181 de la Asamblea General, 29 noviembre de 1947), inmediatamente rechazada por los árabes, lo cual dio lugar a la primera guerra civil de 1948, Palestina hizo méritos suficientes para convertirse en la asignatura pendiente de la comunidad internacional después de la Segunda Guerra Mundial.
El paso del tiempo -más de setenta y cinco años ya- ha consolidado la imagen de un gran campo de concentración (en realidad, dos, Gaza y Cisjordania), controlado por Israel. La bota militar del Estado judío ha impedido desde entonces que la solución de los dos Estados, que invocan algunas cancillerías europeas como el milagro pendiente en Tierra Santa (profesora Araceli Mangas dixit), mientras la justicia universal se ocupa de poner en su sitio a Netanyahu y a los principales responsables de los crímenes de guerra cometidos en la mal llamada guerra de Gaza.
¿Dónde está el otro Ejército?
Nadie se rasga las vestiduras por la utilización del término "guerra" donde solo hay una salvaje desigualdad entre fuerzas militares de última generación y una masa de civiles hambrientos que se protege de los bombardeos con las manos. Sin embargo, nos enredamos en el confuso y estéril debate sobre el uso de la palabra "genocidio".
Y en esas estaba el buenismo militante que todavía cree en la primacía de los valores sobre la ley del más fuerte, esperando sentados el santo advenimiento de una solución justa y duradera para la coexistencia pacífica de las dos comunidades, cuando el ministro israelí de Finanzas, Bezalel Smotrich. declaraba públicamente con la mayor desenvoltura que está negociando con el Gobierno norteamericano la mejor manera de monetizar el solar gazatí disponible una vez que culmine la explanación a sangre y fuego del terreno, ya libre de molestos paisanos.
"Hemos invertido mucho dinero en esta guerra", sostiene el desdichado, "y tenemos que ver cómo nos la repartimos antes de empezar a construir", añade en referencia a su socio estadounidense.
Ahora algunos ya se toman en serio lo que inicialmente les pareció una broma de Trump ("Oso, eso no es gracioso") cuando habló que convertir la franja en un paraíso del turismo, las finanzas y las nuevas tecnologías. No era un bulo. Consta por escrito en un documento que a primeros de septiembre desveló "The Washington Post" sobre los planes conjuntos de Estados Unidos y su socio preferido.
Ya se entiende mejor el sentido de la ofensiva final para echar de su tierra a dos millones de palestinos, no por palestinos, sino por verlos como parias de esa tierra, desechables o, en fin "capas sociales de bajo rendimiento", según los nuevos teólogos de la Casa Blanca.
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