El calendario constitucional vuelve a chocar con la práctica política de Pedro Sánchez. Por tercer año consecutivo, el Gobierno ha incumplido el mandato de remitir a las Cortes los Presupuestos Generales del Estado, dejando a España sin nuevas cuentas públicas y prorrogando las heredadas de 2023, construidas sobre las previsiones de 2022. La anomalía se ha convertido en norma y amenaza con consolidarse en una forma de gobernar al margen de la legalidad y del más elemental respeto institucional.
El contraste con la hemeroteca es demoledor. Sánchez exigía a Mariano Rajoy en 2018 "o presupuestos o elecciones", advirtiendo de la imposibilidad de gobernar sin el pilar básico de toda administración. Hoy, instalado en Moncloa, no plantea ni lo uno ni lo otro. Ni presupuestos ni urnas: solo el silencio administrativo de la prórroga y la cómoda coartada de un marco de gasto extraordinario heredado de la pandemia. Lo que el Ejecutivo llama estabilidad presupuestaria es en verdad un presupuesto paralelo. Gracias a las normas de flexibilidad aprobadas durante la crisis sanitaria y nunca derogadas, el Gobierno ha podido disponer de más de 20.000 millones de euros hasta junio sin pasar por el escrutinio parlamentario. Un colchón de discrecionalidad que, lejos de garantizar la transparencia, convierte el control del gasto en un mero espejismo.
El presidente repite que "no pasa nada" por gobernar sin nuevas cuentas. Afirma que los Presupuestos de 2023 siguen siendo válidos, cuando cualquier parecido con la realidad económica actual es pura coincidencia. La inflación, el endeudamiento, las tensiones geopolíticas y la incertidumbre europea han dinamitado los supuestos sobre los que se construyeron esas previsiones. Persistir en gobernar con ellas es tanto como conducir mirando por el retrovisor. Un país no puede permitirse tres años sin cuentas públicas, menos aún en un escenario de inestabilidad política interior y de turbulencias internacionales. El bloqueo presupuestario es algo más que una burla a la oposición: es un incumplimiento constitucional, una erosión de la credibilidad exterior y una hipoteca para millones de ciudadanos que esperan rigor en la gestión de sus impuestos.
Pedro Sánchez prometió en su día responsabilidad y seriedad fiscal. Hoy ofrece improvisación, silencio y una prórroga indefinida que vacía de sentido uno de los actos más trascendentes de todo gobierno. Gobernar sin Presupuestos no es gobernar: es aplazar el problema, al precio de deteriorar aún más la confianza en las instituciones.
Madrid Actual no se hace cargo de las opiniones de sus colaboradores, que no tienen por qué coincidir con su línea editorial.