Puede que sea la segunda vez en mi vida que cometa el mismo error.
En octubre de 2016, tras lo que ocurrió con su 'defenestración' de la sede del PSOE, escribía: 'Sánchez está muerto, pero él no lo sabe'. Apoyado en un grupo de gente que luego, en parte, le salió rana, el Gran Resiliente reconquistó a una militancia que, hoy, sigue apoyándole básicamente. Así, a golpes de audacia, cara dura y suerte, ha llegado hasta aquí, hasta este fin de semana en el que el hombre que le ha apoyado en el Congreso, aquel a quien en la campaña electoral prometió traer a España encarcelado, va a convocar una consulta entre su militancia, la de Junts, para saber si rompe o no su nunca escrito pacto con el PSOE de Pedro Sánchez, la persona que iba a meterle en al cárcel y que lo está salvando de ella.
Imposible, aunque quizá demasiado fácil, resistirse a aludir aquí a ese cambio de hora que viviremos el domingo y sobre el que Sánchez, en una clara maniobra de distracción de otras cuestiones que le resultan espinosas, ha logrado montar una polémica, siempre las dos Españas, la que quiere que los relojes cambien en invierno y primavera y la que piensa, con Sánchez, que es una tontería tal alteración horaria en nuestras vidas. No, no es la cuestión más importante en nuestras existencias, ciertamente, pero Sánchez puede hacer el milagro de que creamos que es lo esencial, hale hop.
Pero ahora, con adelanto o con retraso en el reloj, a Sánchez creo que, en buena lógica, le ha llegado la hora de plantearse muy seriamente si no es el momento de abrir la carpeta de una nueva era, con o sin el PSOE-pero no 'este' PSOE-al frente. Un mínimo de patriotismo ha hecho que otras democracias europeas, Alemania, Portugal, Francia, el Reino Unido, cuyos primeros ministros estaban bastante menos cercados que Sánchez, se sometiesen a cuestiones de confianza y/o convocasen elecciones anticipadas. Sánchez, el primer ministro más 'duradero' de Europa salvo Orban 'el ruso', es un hombre cuestionado interna y externamente, con mejores o peores razones quizá, pero qué duda cabe de que ahora, y esto es lo importante, es piedra de escándalo para la ciudadanía. Le quedan siete millones de votos, dicen las encuestas y puede que tengan razón; pero eso, sin el consuelo de Puigdemont, ya no le basta para vencer, y menos para convencer.
Hay una sensación creciente, todo considerado, de que esto no puede seguir así. Las portadas de cada día en los periódicos, con tanta cloaca, tanta desfachatez, tanta falsedad, serían insoportables para cualquiera con menos jeta y menos arrestos que el presidente español. Ignoro lo que ocurrirá con el 'cónclave' convocado para el lunes por Puigdemont; me he vuelto tan escéptico que juzgo que se trata de una maniobra que llevará a nada. Pero sospecho que, aunque el apoyo crítico del fugado y su partido al Gobierno central se mantengan, Sánchez está es una situación verdaderamente insostenible: ya no le quedan las siete vidas del gato, porque el gato está demasiado flaco, demasiado resabiado, demasiado herido.
Las semanas que vienen, que entre otras cosas conocerán una insólita comparecencia del propio Sánchez para hablar, en sede parlamentaria, en la Cámara Alta, de la corrupción que salpica a su partido -él la negará, por supuesto: ya tiene la estrategia diseñada, y puede que le salga bien--, además de otra no menos inédita del fiscal general ante los tribunales, va a ser clave para saber hasta cuándo pervivirá Pedro Sánchez en La Moncloa. No me creo que logre llegar hasta 2027, pero puede que vuelva a equivocarme. No me importa demasiado: un cronista tiene que tener la vista puesta en la lógica, en el sentido común, en lo probable, y no en el equilibrismo en la cuerda floja, en el aventurerismo, en la contradicción permanente que caracteriza a alguno de nuestros gobernantes, Pedro Sánchez en concreto. Siento escribirlo así, pero me parece que tiene que irse, aunque no sea el... 'encarcelable' Puigdemont quien acabe echándole con una moción de censura en la que, sinceramente, ni creo ni puedo confiar, ni pienso que sería buena para El País; no será eso, sino otras muchas cosas, lo que derribe al Resistente.
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