Pues parece que podemos tener Sánchez para rato, fíjese usted

 Pues parece que podemos tener Sánchez para rato, fíjese usted

Pregunté al lehendakari Pradales si él cree que habrá una anticipación de las elecciones generales.

El hombre que en ese momento nos hablaba como representante del Gobierno vasco y, claro, del PNV, dijo tajantemente que él no lo veía. No ve elecciones anticipadas, o sea, que piensa que se agotará la Legislatura y Pedro Sánchez seguirá en La Moncloa al menos hasta el verano de 2027, veinte meses le quedan. Y teniendo en cuenta la importancia del apoyo del PNV al Gobierno central, que este miércoles lograba nuevamente sacar con fórceps dos proyectos de ley en el Congreso, sospecho que hay que considerar muy seriamente esta hipótesis de permanencia de Sánchez.

Dar por políticamente muerto a Sánchez, lo sabemos, es un error. Un error, diría yo, que parece que el Partido Popular, por cierto duramente criticado por Pradales, comete con frecuencia: lleva años pensando que la evidente corrupción del Gobierno y el partido que lo sustenta acabará derribándolo, como lleva años confiando en que las filas socialistas se romperán y habrá voces indignadas que desde el PSOE, y sus aliados, se alzarán contra las quiebras que desde el poder se le hacen a la pureza democrática en El País.

No, las encuestas muestran que la corrupción, las trapisondas de los Koldos, las chistorras, las Jéssicas, los trilerismos -que yo ya he dicho que no creo delitos- de los familiares del presidente, las falsedades, no son elementos que pasen factura a la permanencia de Sánchez. No, al menos, mientras el mensaje de la oposición no llegue con más fuerza a la ciudadanía. Pero la oposición, y hablo de Núñez Feijoo, está desconcertada. Y es que no es fácil hacer oposición a Pedro Sánchez, que un día dice una cosa, al siguiente la contraria y después una mezcla de una y otra.

Sánchez es hombre con la cara bastante dura y no poca suerte, que en su peor momento se ve auxiliado porque en el vecino del norte las cosas están aún peor, y ya se sabe que Francia a los españoles les distrae mucho. O que la posición anti-Netanyahu, que Sánchez lidera, tiene muchos adeptos, incluyendo en el Partido Popular, y él, Sánchez, digo, sabe sacar mucho partido a todo esto.

Los socios no quieren abandonar a Sánchez, por mucho que griten en otro sentido. Ni siquiera, ya lo demostró el miércoles, Podemos de Ione Belarra e Irene Montero, que siguen dando la impresión de que todo lo que hacen es un juego divertidísimo que ellas nunca esperaron, ni esperan, ganar: vivan los guateques. Ni Junts, que algo, poco a poco, va sacando de la debilidad gubernamental. Ni, ya digo, el PNV, que es probablemente la formación más seria -fíjese cómo andarán las cosas- de España. Ni, por supuesto, la Esquerra de Rufián, otro de los baluartes en los que se apoya Sánchez.

Así que el presidente, chulesco en todo momento, se atreve a degradar aún más una sesión de control parlamentario al Gobierno, diciéndole a Feijoo, entre risas, "Ánimo, Alberto", cuando este le anuncia que llamará a Sánchez a declarar ante la 'comisiòn Koldo' en el Senado. Contra lo que han dicho algunos observadores, tengo la impresión de que Sánchez no está nada preocupado ante esta convocatoria en la Cámara Alta y que, incluso, dados su habilidad y su descaro, puede más bien reforzarle que debilitarle.

Yo mismo he vaticinado algunas veces que Sánchez se vería obligado, ante la que le está cayendo, a disolver anticipadamente las Cámaras legislativas y convocar elecciones bastantes meses antes de que se cumpla oficialmente el fin de la Legislatura. Obviamente, varias veces me he equivocado. Ahora, aun sin Presupuestos, con todos los escándalos que usted quiera a sus espaldas, odiado por Trump, sin poder salir a la calle sin ser abucheado, Sánchez, empiezo a pensarlo crecientemente, puede esperar que se haga realidad su sueño de batir el récord: será el primer ministro contemporáneo que más dure en el poder en Europa (de hecho ya lo es, con excepción del húngaro Orban y, si se quiere, de Macron, que no es primer ministro, sino jefe del Estado y que, por cierto, vive momentos de extrema debilidad, aunque es, como Sánchez, un resiliente nato). Así, con la medalla de oro de la pervivencia, encara el inquilino de La Moncloa la recta final de su mandato. Bueno, puede incluso que la palabra 'final' sea, en el caso de Sánchez, inadecuada.

Da igual que la limitación de mandatos a ocho años debiera ser una exigencia democrática constitucionalizada: aquí nadie habla ya de pureza democrática ni, menos aún, de respeto a la Constitución. Esas son cosas que ya no importan en España. Ni en El Mundo. Fíjese usted que se habla en serio de la posibilidad de que a Trump le den el premio Nobel de la Paz...


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