Ha dicho el Rey Felipe VI que "ni la radicalidad ni la división aportan soluciones, como tampoco un liderazgo que se queda en la retórica", lo que, aunque él no lo ha dicho y no podemos afirmar que se refiere a ello, es un retrato fidedigno de la situación polìtica actual en España.
Pedro Sánchez, cercado por todos los frentes e incapaz de aprobar ni los Presupuestos ni la mayoría de sus propuestas legislativas, ha dicho que ni dimisión ni adelanto electoral ni moción de confianza ni remodelación de gobierno. La radicalidad, la división, la incapacidad para gobernar, el descrédito de las instituciones y los ataques a los jueces y a los medios de comunicación son el elemento que define la política española en estos momentos. Con el Gobierno como protagonista.
Añadía el Rey que los principios éticos deberían ser la guía para que los políticos sean quienes los transformen en respuestas eficaces para los ciudadanos. Salvo que cambien mucho las cosas, esperar que eso se produzca hoy, aquí, en la España actual puede ser un deseo bienintencionado pero parece casi imposible.
En una ponencia en la Cátedra de Teología Contemporánea del Colegio Mayor Chaminade, Sebastián Mora, profesor de la Complutense y secretario general de Caritas, afirma que "la arquitectura polìtica que se sustentaba en el marco democrático se ha puesto en cuestión", y "los procesos políticos han pasado del conflicto que genera la pluralidad de cosmovisiones a una polarización enfrentada con rupturas inusitadas en el espacio público. Las políticas públicas están mostrando su incapacidad manifiesta de atender a los problemas cotidianos de la ciudadanía" lo que da lugar a una polìtica frágil y precaria, marcada además por un nivel de complejidad de gobernanza sin precedentes.
La posición insostenible del Presidente Sánchez y de su Gobierno sólo puede ir a peor por las investigaciones que van apareciendo, por las presiones de sus socios de interés y por la acción de la justicia. Y el presidente parece que solo tiene una respuesta: encerrarse y resistir mientras la democracia se quiebra y la sociedad, dividida y enfrentada por los populismos, harta de que parezca que los principios éticos hayan desaparecido de la polìtica, responde con una desafección profunda porque no espera que los políticos sean capaces de resolver sus problemas. Es lo que Mora llama la "fatiga civil" de nuestras sociedades o "la sociedad del cansancio" del filósofo Byung-Chul Han.
Que los populismos -nosotros contra los otros, donde los otros son todos los demás- promueven la radicalidad y la división se puede entender. Que lo hagan quienes quieren destruir el sistema y la nación, es lógico. Que lo haga un partido de Estado, como debería ser el PSOE, es grave y volver atrás va a ser un ejercicio duro, largo y complejo. Que no haya otro partido, y el PP está desaprovechando una oportunidad única y no sé si irrepetible, que sea capaz de garantizar la centralidad, la ética, los compromisos claros con la defensa de la separación de poderes y del Estado de Derecho, la política coherente y para todos, sin dejar a nadie atrás para afrontar esta complejidad que afecta a todos los órdenes, sólo puede conducir a lo que ahora mismo es una realidad: una gobernanza sin los ciudadanos, una pseudodemocracia donde ni el Ejecutivo ni el Legislativo cumplen sus funciones y donde ambos tratan de meter sus manos en el Poder Judicial para que sea dócil y se acomode a sus necesidades. Una política donde la mayoría de los políticos no tienen las condiciones suficientes de formación ni de principios ni de altura moral para cumplir su misión.
La fragilidad de la democracia, su precariedad, su declive es una enfermedad frente a la que hay que actuar con rigor y con urgencia, no con más polaridad, no con más populismos, no con más radicalidad o más divisiones, no con liderazgos retóricos sino con propuestas y programas y con un compromiso firme de gobernar para todos, cumplir y hacer cumplir la Constitución, desterrar la mentira y la corrupción y servir a los ciudadanos, no servirse de ellos.
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