Valzhyna Mort escribe desde las tumbas abiertas de la historia

Valzhyna Mort escribe desde las tumbas abiertas de la historia

La poesía de Valzhyna Mort (Minsk, Bielorrusia, 1981) es una experiencia que no solo se lee, sino que se atraviesa con el cuerpo, la lengua y la historia. En su poemario “Música para los muertos y los resucitados” (La Bella Varsovia, Anagrama, 2024), edición bilingüe con traducción de Claudia González Caparrós, la poeta bielorrusa construye un paisaje lírico donde se entretejen la violencia política, la memoria colectiva, la lengua como campo de batalla y el duelo como forma de resistencia. Con este poemario Mort demuestra ser una de las voces más relevantes y singulares de la poesía europea contemporánea.

Valzhyna Mort es poeta, traductora y ensayista. Escribe en bielorruso e inglés, y es conocida por su compromiso con la lengua como espacio de conflicto político y cultural. Mort ha vivido en varias ciudades del mundo, incluyendo Minsk, Viena y actualmente reside en Estados Unidos

Su carrera poética ha sido ampliamente reconocida. Con este volumen ha recibido premios como el Griffin Poetry Prize (en su edición internacional, en 2021) y el UNT Rilke Prize. Mort ha sido galardonada con las becas de la Fundación Guggenheim, la Academia Americana de Roma –desde donde escribe gran parte de los poemas que aparecen en “Música para los muertos y los resucitados”– y el Fondo Nacional de las Artes y la Fundación Lannan, entre otras. Su obra ha sido traducida a numerosos idiomas y ha participado en festivales literarios en todo El Mundo.

Una elegía coral: la estructura del poemario

“Música para los muertos y los resucitados” se compone de una serie de poemas que oscilan entre la elegía personal y el testimonio histórico. El yo poético se mueve desde la intimidad del recuerdo familiar —la madre, el padre muerto, la abuela, la casa de infancia— hasta la vasta oscuridad de una nación marcada por la violencia estalinista, el Holocausto, y las heridas aún abiertas del totalitarismo. “Mi matria hace tintinear llaves de huesos. / Un hueso es una llave hacia mi matria”. 

Bielorrusia, El País de la autora, aparece no solo como trasfondo, sino como protagonista: una tierra donde el silencio ha sido impuesto durante generaciones, donde las fosas comunes y las calles con nombres de soldados muertos componen un mapa emocional devastador. “Lo que nos han hecho se confunde con el miedo / a lo que nos podrían haber hecho”, escribe Mort. En este contexto, la música —como metáfora, como invocación y como ritmo formal— es una forma de resurrección, de resistencia frente al olvido. “De un hospital de teclas blancas a otro, / transporto a mis muertos para arroparlos / en mortajas tejidas con sonido. / Les doy una adecuada sepultura, uno a uno, / en ataúdes de teclas de piano”.

La música es un hilo conductor vivo que atraviesa el poemario. El yo poético rememora con intensidad su infancia tocando el acordeón, un instrumento que aparece repetidamente como símbolo de conexión con el pasado y con su tierra. “Sobre un instrumento de tortura / llamado acordeón / mis huesos se estiran / hasta convertirse en los dedos de una bruja”. Esa niña que alguna vez tocó el acordeón en Bielorrusia reaparece en la voz de Mort, y hoy en día la poeta continúa esa relación con la música, pues en sus presentaciones y lecturas ocasionales incluye, a veces, interpretaciones con acordeón.

Este gesto —mezclar la palabra con la música real— subraya la importancia del ritmo, el sonido y la sonoridad en su obra. Y el ritmo de la historia. La música funciona como una forma de invocación, como un ritual que convoca a los muertos y resucita la memoria. De esta manera, el acordeón se convierte en un símbolo tanto personal como colectivo: una voz que atraviesa generaciones y que, en el espacio del poema y la performance, sigue tocando una melodía que desafía el olvido.

La lengua como campo de batalla

Uno de los temas más poderosos del poemario es el conflicto lingüístico. Mort escribe, como ya se ha mencionado, originalmente en bielorruso e inglés, y su trabajo de traducción entre estos dos idiomas, junto con el ruso, ucraniano o polaco le permite jugar con la tensión entre idiomas. En sus versos, el lenguaje se presenta como un cuerpo vulnerable, marcado por la historia. “El silencio nos desangra hasta el lenguaje. / El silencio nos arranca el lenguaje”. 

En muchos poemas, la poeta se pregunta por la violencia que se ejerce sobre las palabras: cómo el ruso fue impuesto como lengua oficial, cómo el bielorruso fue marginado, cómo el acto de hablar en una lengua o en otra puede ser un acto de supervivencia o de traición. “Tu nombre, / que sonaba extranjero a sus oídos, / se ha transformado en nombre ruso / en un acto de des-bautismo”. En este sentido, la poesía de Mort se inscribe en una tradición de poetas del Este de Europa —como Anna Akhmatova, Wisława Szymborska y Ana Blandiana (aunque esta última sea de Rumania comparte rasgos muy parecidos con las dos anteriores por la historia de su país)— que han hecho de la palabra un espacio ético de resistencia.

Poética del duelo y del cuerpo

Los poemas de este volumen están atravesados por la muerte, pero no como final, sino como umbral. Desde el título, se anuncia una música para los muertos… y los resucitados. Hay aquí una tensión entre la pérdida y la persistencia: el yo poético busca restituir la presencia de los ausentes, devolverles un lugar en el mundo a través del poema. En este sentido, se trata también de una poética del cuerpo: cuerpos enterrados, cuerpos mutilados por la guerra, cuerpos invisibles que regresan en el recuerdo o en la imaginación. “Trenza con orden tus huesos / Trenza con valentía tus huesos. / Peina tus huesos con los dedos / en trenzas ordenadas / en nuestros bosques, acantilados, prados, ciénagas”.

El tono de Mort no es sentimental ni melancólico; al contrario, hay una contención feroz en su escritura. “La colada húmeda restalla al viento igual que un tiroteo”. Cada palabra parece medida, pulida hasta “el hueso”. Su verso, muchas veces fragmentado o entrecortado, refleja la imposibilidad de una narración lineal en contextos de trauma colectivo. El resultado es una poesía intensamente física y al mismo tiempo simbólica, donde la imagen y el sonido se conjugan con precisión quirúrgica.

Formalmente, el libro muestra una gran madurez estética. Mort emplea recursos como la repetición, la anáfora y los encabalgamientos para crear un ritmo hipnótico, que remite tanto a la tradición oral como a las cadencias de la música sacra. Hay algo litúrgico en sus poemas, como si cada texto fuera una especie de plegaria, de rito de purificación o de exorcismo.

A pesar de que aborda temas profundamente dolorosos, el poemario no cae en el patetismo ni en el testimonio plano. Al contrario, hay en Mort una voluntad estética radical: su escritura es a la vez austera y profundamente lírica, como si la única forma de nombrar el horror fuera a través de una belleza densa como la niebla, consciente de sus límites.

En tiempos de incertidumbre y violencia, la música que Mort nos ofrece –dolorosa, bella, ineludible– nos recuerda que aún es posible hablar con los –nuestros– muertos, y que quizás, a través de la poesía, también podamos resucitarlos.

@estaciondecult

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