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Tan fallido como los demás, más allá de calificar el acierto o el desacierto de los actuantes en la performance, pues de entrada el actor principal, Pedro Sánchez, se tomó a chacota el propio marco institucional que le obligaba a decir la verdad y cooperar con el objeto de la llamada comisión Koldo.
Una vez más su trastorno narcisista le lleva a pasar por encima de una institución, a la que acusó incluso de olvidar su papel de cámara territorial para asumir indebidamente el de cámara de resonancia del PP, que hoy por hoy ostenta la mayoría absoluta de escaños, pero no reconoce que su mujer es inocente, que su hermano es inocente, que su fiscal general es inocente y que él dirige sobrado de logros al Gobierno "más limpio de la democracia, junto al de Rodríguez Zapatero".
Ya en los inicios de su comparecencia se había permitido acusar al Senado de hacerse cómplice de los fabricantes de fango. Y más contundente todavía estuvo en el hecho mismo de que la Cámara Alta haya acogido una comisión de "difamación" so pretexto de investigar las andanzas de Koldo García y alrededores. Intolerable, viniendo de un partido que, según él, gana por goleada al PSOE en materia de corrupción.
"Aquí no se difama, aquí se pregunta", le interpeló Alejo Miranda, el correoso portavoz del PP, cuando ya había quedado claro que Sánchez no tenía la menor intención de dejarse acorralar. Así que echó balones fuera ante el celo indagatorio de algunos preguntantes. Básicamente, UPN, PP, Coalición Canaria y Junts.
Los demás fueron obsequiosos. O le jalearon, de forma descarada. En el caso del portavoz socialista, Alfonso Gil, lo cual es lógico. Y más descarada si cabe, pero no tan lógico, en el caso del portavoz de Bildu, Gorka Elejabarrieta, que le puso el balón en los pies para rematar a puerta vacía: "¿Diría que estamos ante una operación del PP para echarle a usted del Gobierno"? "Es evidente", respondió Sánchez, y se quedó en su reñida paz interior.
Caso aparte fue el de VOX, Ángel Pelayo, que se limitó a soltar su mitinero alegato contra el compareciente como paradigma del mal gobernante, pero sin entrar en los detalles relacionados con el objeto de la comisión. Y en cuanto a eso, el objeto de la comisión, Sánchez reconoció la obviedad de que fue el responsable de los nombramientos de Ábalos y Cerdán (aquel en el Gobierno y ambos en el Partido) y que él, personalmente, recibió dinero en efectivo "siempre con factura". Nada parecido a una inconfesable procedencia de esos fondos porque "una cosa es dinero en efectivo y otra, dinero de caja B". Lo cual nos remite al ámbito judicial, no al político, como palanca depuradora de la inmoralidad en el seno del sanchismo.
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