Cuando supe que María Pombo había viajado a Castropol, el pueblo más lector de España, tras su cruzada contra la lectura precisamente, creí que había sido derribada, como San Pablo de su caballo camino de Damasco, por el rayo de la culpa, pero no, había ido allí a la "preboda" de otra influencer, que se casaba en la localidad de enfrente, Ribadeo, el otro emporio ilustrado de la ría que separa, o que une, Asturias y Galicia.
María Pombo, pues, persevera en su bibliofobia, inasequible al influjo que la maravillosa biblioteca pública de Castropol, de las más señaladas del mundo, hubiera podido penetrar en ella durante su fugaz estadía, y lo más probable es que sus cientos de miles de seguidores también perseveren. Leer no nos hace mejores, razona, es un decir, María Pombo, pero aun aceptando ese su razonamiento, es evidente que no leer, tampoco. Como mucho, el no leer nos puede hacer influencers, como a la propia Pombo, o a Miguel Tellado, influencer del PP, que si ha leído algo en su vida, no parece que le haya aprovechado en modo alguno, o no, como dice su colega, para ser mejor.
No sé qué tendría que leer o que no leer Miguel Tellado para ser mejor, aunque fuera un poco. Su caso, el del energumenismo verbal y conceptual más desatado, puede que no tenga remedio con o sin lecturas, como tampoco su escandalosa falta de urbanidad. Claro que el suyo no es el único caso en el partido que rivaliza con VOX en enormidades, pues su última perla, la de que "hay que cavar la fosa del Gobierno que nunca debió existir", se compagina perfectamente con las de su jefe, un Núñez Feijóo que afirma que Pedro Sánchez ha vivido de la prostitución o que entona en un karaoke el nauseabundo "Me gusta la fruta", el celebrado éxito de otra que tal anda, Isabel Díaz Ayuso.
María Pombo es influencer, una creadora ágrafa de contenido ágrafo, pero ahí queda la cosa. Miguel Tellado, en cambio, es un influencer político que envenena el aire que los españoles respiran, que lo envenena con cada palabra soez que pronuncia.