Una zarzuela en prime time: “El vizconde” de Barbieri convertido en serie irresistible

Una zarzuela en prime time: “El vizconde” de Barbieri convertido en serie irresistible

La Fundación Juan March y el Teatro de la Zarzuela, en coproducción con el Teatro Mayor Julio Mario Santo Domingo de Bogotá y el Teatro Metropolitano José Gutiérrez Gómez de Medellín, han puesto en pie un estreno tan curioso como atractivo: “El vizconde”, de Francisco Asenjo Barbieri, acompañado del entremés lírico-cómico “Gato por liebre” de Antonio Hurtado con música también de Barbieri. 

El planteamiento escénico de Alfonso Romero resultó ingenioso y lleno de guiños cómplices. La acción de “Gato por liebre” se presenta como el marco real: sus personajes, en un salón de estética setentera con televisor de tubo incluido, se sientan a ver “El vizconde” como si de un culebrón televisivo se tratase. Esa telenovela es lo que nosotros, como público, reconocemos como La Zarzuela de Barbieri. Y lo fascinante es que, a medida que la trama avanza, las vidas de los espectadores ficticios comienzan a reflejarse en lo que ocurre dentro de la pantalla: los enredos amorosos, las traiciones y el juego de apariencias resuenan tanto en ellos que acaban “entrando” en el propio Vizconde, difuminando las fronteras entre realidad y ficción. Este recurso, más que un mero artificio, refuerza la idea central de Barbieri y Hurtado: todos vivimos enredados en ficciones de deseo, disfraz y equívoco. El resultado es un juego de espejos tan gracioso como revelador, donde la zarzuela se convierte, literalmente, en la telenovela de todos.

La fusión de ambas piezas no está exenta de riesgos: en algunos pasajes, el ritmo se ve algo comprimido y la tensión dramática pide mayor espacio para desplegarse. Pero el pulso general es ágil y divertido, sostenido por una buena dirección de actores y un sentido del humor que evita caer en la parodia fácil. El montaje es, en definitiva, un espectáculo vivo, juguetón y teatralmente eficaz, que consigue que el público ría y se mantenga expectante.

En el plano musical, la dirección de Miquel Ortega al piano aseguró un sostén sólido y discreto, sin buscar protagonismo, pero cuidando siempre la respiración del canto. El sexteto de cuerda integrado por Pablo Quintanilla y Elena Rey (violines), Adrián Vázquez (viola), Blanca Gorgojo (violonchelo) y Antonio Romero (contrabajo) ofreció una lectura equilibrada y compenetrada. Su sonoridad se adaptó con flexibilidad tanto a los momentos de mayor intimidad como a los pasajes conjuntos, logrando que la partitura de Barbieri respirara con ligereza y gracia. Se echó en falta quizás un punto de dramatismo en ciertos clímax, pero la calidad de conjunto, la afinación y la claridad de texturas fueron indiscutibles. La música, sin grandes pretensiones, encontró así su espacio natural: acompañar y realzar el juego escénico.

El reparto vocal mostró un abanico variado de virtudes y limitaciones, pero en conjunto supo sostener la velada con solvencia. Irene Palazón, en el doble papel de Cecilia y del propio Vizconde, brilló sobre todo como actriz: su expresividad, su capacidad para matizar gestos y generar comicidad fueron notables. Como cantante, en cambio, su desempeño resultó menos convincente, con agudos algo inseguros y emisión irregular, pero su entrega escénica compensó esas fragilidades. Blanca Valido, como Serafín y doña Elena, ofreció un desempeño correcto y con presencia: su canto cumplió lo necesario sin grandes alardes, acompañando con seguridad al conjunto.

Más desigual fue la participación de Juan Antonio Sanabria, en los roles de la Condesa y don Rodrigo. Conquistó al público por su compromiso teatral, pero las dificultades con los agudos restaron redondez a su prestación vocal. En cambio, el gran triunfo de la noche fue César San Martín, que encarnó a la Baronesa y a don Alfonso con autoridad y gracia. Tanto en lo vocal como en lo actoral fue, personalmente, el más completo del reparto: su voz fluyó con naturalidad y su vis cómica arrancó carcajadas sin caer en lo burdo, ofreciendo el equilibrio más logrado de la función.

El gran mérito del conjunto fue, quizá, la química escénica. El juego de equívocos, los enredos identitarios, los travestismos y las confusiones amorosas exigían complicidad y ritmo, y los intérpretes supieron sostenerlos con energía. Aunque no todos brillaran vocalmente en el mismo nivel, como grupo convencieron y ofrecieron un espectáculo coherente, simpático y muy disfrutable.

Lo más valioso de este estreno radica, en última instancia, en el gesto cultural de rescatar títulos poco conocidos de Barbieri y darles una segunda vida. “El vizconde” y “Gato por liebre” funcionan como espejo y como parodia, revelando la vigencia de la ironía y el humor del compositor en clave contemporánea. Lo que en el siglo XIX era burla de las convenciones sociales y del honor impostado, en esta producción se conecta con la teatralidad del folletín televisivo, demostrando que las emociones exageradas, los enredos imposibles y los personajes travestidos siguen funcionando como motor de diversión.

Es cierto que la propuesta podría pulir algunos matices, pero lo que logra, y no es poco, es devolver al presente la zarzuela con una energía renovada. Con esta producción, la Fundación Juan March y el Teatro de la Zarzuela muestran que la recuperación del repertorio no tiene por qué limitarse a una arqueología nostálgica: puede ser también un acto de creatividad contemporánea. Esta nueva vida de “El vizconde” no fue un simple “gato por liebre”, sino un espectáculo honesto, vital y entretenido que conquistó al público. La zarzuela, convertida en un chispeante culebrón, demostró que todavía tiene mucho que decir cuando se la mira con humor, rigor y frescura.

@estaciondecult

Publish the Menu module to "offcanvas" position. Here you can publish other modules as well.
Learn More.