El Ministerio de Hacienda ha lanzado su nueva campaña publicitaria con un eslogan redondo: "Lo que das vuelve".
Una frase corta, fácil de recordar, pero que, en boca del Estado, suena más a broma de mal gusto que a mensaje institucional. Porque mientras la maquinaria propagandística insiste en que los impuestos se transforman en servicios y bienestar, la realidad que perciben millones de españoles dista mucho de esa postal idílica. ¿De verdad vuelve lo que damos cuando las infraestructuras básicas del país son un caos? El ferrocarril acumula averías y retrasos, las carreteras secundarias se deterioran año tras año, la Red Eléctrica sufre cuellos de botella y servicios esenciales como el SEPE se hunden en el colapso burocrático. No parece que los impuestos encuentren un camino claro de retorno.
Y todo esto ocurre, además, en un contexto de récord recaudatorio. El Gobierno lleva casi un lustro celebrando ingresos fiscales históricos, pero la ciudadanía apenas ve compensación. Solo el hecho de no haber deflactado la tarifa del IRPF, en un escenario de inflación disparada, ha supuesto un "botín" extra de más de 100.000 millones de euros. Dinero que no cayó del cielo, sino que salió directamente del bolsillo de los contribuyentes, reduciendo su poder adquisitivo y empobreciendo a la mayoría. El contraste es tan evidente que duele. El Presidente del Gobierno, en la reciente botadura de una fragata construida por Navantia, se permitió anunciar que ahora sí España será "una potencia industrial". Olvidó que lleva siete años en el poder y que el motor de la economía nacional sigue siendo el mismo de siempre: turismo y servicios. Sectores volátiles, dependientes y que no garantizan ni productividad ni salarios dignos.
Mientras tanto, España ya no lidera la esperanza de vida en Europa, se ha convertido en uno de los peores países para jubilarse y sigue encabezando el triste ranking de paro de la Unión Europea. A esto se suma una cifra escalofriante: millones de ciudadanos que trabajan, pagan impuestos* y, aún así, son pobres. La campaña de Hacienda parece por todo ello más un ejercicio de cinismo que un recordatorio fiscal. Porque lo que damos, efectivamente, vuelve. Pero no vuelve en mejores trenes, ni en hospitales reforzados, ni en servicios ágiles. Vuelve en forma de propaganda institucional, en promesas industriales repetidas y en la sensación de que, una vez más, el Estado recauda mucho pero devuelve poco.