¡Que se vayan de vacaciones!

Después de un curso político tan bronco, tan áspero, tan ineficiente, tan dañino para la confianza en la política y en los políticos, lo mejor que pueden hacer éstos es irse de vacaciones.
Muchos no se las han ganado, pero es igual. Muchos están felices porque se han garantizado seguir en el cargo unas semanas más, unos meses más, tal vez los dos años que quedan de legislatura, pero es igual: que se vayan de vacaciones. En Italia, los ciudadanos eran felices cuando había gobiernos en funciones porque apenas podían interferir en la vida pública. Cuando un presidente de Argentina, en una gira política, se encontró con la madre de Facundo Cabral, le dijo afectuosamente: "señora, ¿qué puedo hacer por usted?". Y ella le contestó con la sabiduría del pueblo: "con que no me joda, me conformo". Pues eso.
Si los políticos guardan silencio y no insultan a nadie durante unos días, mejorará el clima social y el de las redes sociales.
Si los políticos reflexionan -no sé si es pedir demasiado y siempre que no sea al estilo del Presidente del Gobierno y sus cinco días de internamiento- seguramente mejorará la vida de los ciudadanos.
Si los políticos fueran capaces de tender la mano al contrario y buscar lo que les une y no lo que les divide, mejoraría la democracia y la salud social.
Si en lugar de querer controlarlo todo- la Administración pública y a sus altos funcionarios, la justicia y los jueces, los medios de comunicación y los periodistas, las instituciones, las empresas públicas y privadas, la educación, lo que los ciudadanos podemos y lo que no podemos hacer y hasta pensar- y cambiaran el modo de hacer polìtica, este país sería perfecto para vivir y uno de los mejores del mundo para emprender e invertir.
Si se atrevieran a dejar de mentir y a enfrentarse con la verdad, aunque es un empeño arduo, serían un ejemplo para los que se están formando y acabarán gobernando este país.
Si fueran capaces de poner puertas a la corrupción -y se puede, empezando por perseguirla y no obviarla, permitirla o impulsarla en los propios partidos- recobraríamos los valores públicos, éticos y democráticos.
Si los políticos fueran capaces de desmontar la "profesionalización" de la polìtica y de la Administración Pública como vía segura de acceso a los cargos y hacer una rápida "carrera" sin formación, sin un mínimo de conocimientos, sin mérito alguno demostrado y sin ninguna experiencia laboral previa, sólo por lealtad perruna al que manda, tal vez los ciudadanos recuperaran la confianza en la clase política.
Si regularan los grupos de interés -legítimos si cumplen las reglas y actúan con transparencia- y sus relaciones con una Administración Pública doblemente transparente, disminuiría la corrupción sistémica actual.
Si los políticos, en lugar de practicar como única arma intelectual el insulto, el desprecio al contrario, los cordones "sanitarios", las mentiras y las zancadillas y dieran paso a un debate sereno, a acuerdos en interés de la comunidad, al gobierno para todos y no exclusivamente para mantenerse en el poder a cualquier precio, la democracia seguiría siendo "el peor sistema a excepción de todos los demás".
La pasión ciega por el poder acaba cegando al político y convirtiendo sus acciones en daños que arrastran a sus votantes y a la sociedad entera a la confrontación estéril y a la aniquilación de los intereses superiores de la comunidad. ¡Ojalá los políticos aprovechan las vacaciones, nos dejen en paz aunque sea unas semanas y vuelvan con otros objetivos! Todavía creo en los milagros.