Le robo el título de la columna a un periódico de tirada nacional que editorializa su desencanto con la comunidad internacional organizada (Naciones Unidas).
Justo cuando se está inaugurando la 80ª temporada de sesiones, a contar desde aquel voluntarista intento de coexistencia pacífica de las naciones que se habían matado en las dos devastadoras guerras mundiales del pasado siglo XX.
Ochenta años han pasado desde aquella cita internacional de San Francisco de California que dio lugar a la firma de la Carta de la ONU (26 junio 1945). Se dice pronto. Ochenta años silbando melodías mientras se iba desvaneciendo el compromiso de renuncia a la guerra como forma de resolver los conflictos entre los ya 193 países adscritos al multilateralismo (punto 4 del artículo 2 de la Carta de la ONU).
Nadie diría que, ochenta años después, la Asamblea General de la ONU se reuniría para constatar que nuestra época registra el mayor número de conflictos bélicos desde la Segunda Guerra Mundial, mientras las voces más lúcidas de la alta política, la intelectualidad, la academia y la prospectiva lamentan la muerte del Derecho Internacional, las reglas del juego democrático y el respeto a los derechos humanos.
El sonido a tambores de guerra llega de todas partes en un mundo gobernado por cabestros. Rusia hostiga los márgenes de la OTAN mientras sigue su ofensiva expansionista en Ucrania, el Pentágono pasa a llamarse Departamento de Guerra y enseña los dientes a Venezuela en aguas internacionales, la UE sigue en su apremiante carrera de rearme militar, el gran timonel chino exhibe músculo bélico, Alemania no descarta volver al servicio militar obligatorio y Trump rivaliza con Netanyahu sobre la mejor forma de hacer económicamente rentable la explanación a sangre y fuego de la franja de Gaza.
No fue uno de los nuestros quien lo dijo, pero podía haberlo hecho, aunque no sé si con mayor o menor autoridad moral para acreditar la advertencia: "La Humanidad vuelve a enfrentarse a la disyuntiva entre la paz y la guerra, el diálogo o la confrontación, El Progreso compartido o los juegos de suma cero". Lo dijo Xi Jinping, uno de los que agitan el tablero para crear un nuevo orden internacional y nuevas reglas del juego.
¿Cuáles?
Las que imponga el más fuerte. Ese el fracaso de la ONU, el ninguneo del Derecho Internacional alumbrado en 1945, cuya vigencia siempre estuvo al albur del desdichado "derecho de veto" del que disponen los cabestros que gobiernan El Mundo. Uno de ellos, Trump, en el que seguramente empezará y a y terminará este nuevo intento de implantar en Oriente Próximo la solución de los dos Estados, cuyo primer intento se remonta nada menos que a 1947 (resolución 181 de la asamblea general de la ONU).