“La fragancia del mañana”, cuando la memoria del pasado define nuestro futuro

La inspiración para escribir una historia puede venir de muchas partes: un recuerdo, una imagen, una melodía, un sueño… Es algo que –muchas veces sin avisar– se presenta frente a uno para dejar volar la imaginación. Por eso, cuando Francesca Giannone (Lizzanello, 1982) descubrió la tradición jabonera que existía en la Italia de los años 50 y visitó las fábricas abandonadas que en su día pertenecieron a familias que habían aspirado a competir con las grandes industrias, supo que había una historia que contar. Y esa historia se esconde entre las páginas de “La fragancia del mañana” (Duomo ediciones, 2025).
Licenciada en Ciencias de la Comunicación y gran apasionada del arte, esta autora ha destacado en el panorama literario actual gracias a su primera novela, “La Cartera” (Duomo ediciones, 2024). Esta ha sido galardonada con el Premio Bancarella, otorgado por los libreros independientes italianos, y ha vendido más de 650.000 ejemplares. En esta obra, Giannone traslada al lector a su tierra natal: la región de Apulia, el “tacón” de la bota italiana. Con la intención de rendir homenaje a esta zona del sur de Italia a la que está tan unida, también ha ambientado allí “La fragancia del mañana”, su segunda novela.
La historia de “Casa Rizzo”, la fábrica de jabones fundada por Renato Rizzo en 1920, comienza a finales de la década de los 50 en la ficticia Araglie. Cuando “el abuelo” Rizzo murió, su hijo, Giuseppe, tuvo que sacrificar su felicidad para continuar con un legado que ni siquiera deseaba. Sin embargo, lo mucho que detestaba Giuseppe la jabonería se compensaba con el profundo amor que sentían por ella sus hijos, Agnese y Lorenzo. Para ellos, la felicidad siempre había olido a talco: el aroma que desprendía la pastilla de jabón “Marianne”, que Renato había creado años atrás inspirándose en su esposa. Aunque eran jóvenes, sabían que su futuro estaba en la fábrica: juntos, como siempre habían estado, elevarían “Casa Rizzo” a lo más alto. No obstante, todo cambia cuando Giuseppe decide vender la jabonería a Colella, un gran empresario de la industria, para poder vivir, por fin, su propia vida.
La obra da un giro decisivo tras este acontecimiento: los hermanos deben tomar una decisión que marcará un antes y un después en sus vidas. Mientras que Agnese decide quedarse en el lugar al que siempre había considerado su hogar, aunque eso implicase trabajar para Colella, Lorenzo se deja consumir por la rabia y se promete recuperar algún día la jabonería de su abuelo. Sus decisiones opuestas separarán el camino y las vidas de ambos. Es aquí donde la autora plantea un dilema que atravesará la novela hasta su desenlace: ¿hasta dónde estamos dispuestos a llegar para lograr aquello que deseamos?
Para situar en el tiempo al lector, Francesca Giannone encabeza cada capítulo con el mes y el año en el que transcurrirá la acción. Durante más de dos años, podrán seguirse los pasos de Agnese, la joven de 18 años que aún está descubriendo cómo son la vida y el amor, y del resto de personas que la rodean. Además, a pesar de estar ambientada a finales de los años 50 y principios de los 60, resulta llamativo el hecho de que Agnese no se conforme con el papel que tradicionalmente se le ha asignado a la mujer. Ella desea trabajar, ser independiente y seguir haciendo jabones, algo que le permite ser feliz y sacar su mejor versión. No desea vivir lamentándose por haber tenido que renunciar a su gran pasión.
A través de sus personajes, Giannone retrata a personas reales, profundamente humanas. En ningún momento presenta a Giuseppe como el “villano”, sino que permite que el lector pueda entender el porqué de su decisión, aunque pueda parecer más o menos acertada. La profundidad que otorga la escritora italiana tanto a los protagonistas como a los personajes secundarios permite acompañarlos en su viaje interno y, así, empatizar con ellos. Un reflejo de la dedicación y el cariño con el que les ha dado vida mediante sus palabras.
La autora se vale de una prosa cercana y envolvente para atrapar al lector entre las páginas de su obra y guiarlo por las calles de Araglie: sus kioskos –donde poder comprar los periódicos que se vendían en la época, como “L’Unitá” o “Famiglia Cristiana”–, su puerto, su plaza, sus casas, sus tiendas… y, por supuesto, su jabonería.
En “La fragancia del mañana” la música y el cine cobran también mucha importancia, pues se hace referencia a numerosos títulos que ayudan a construir la atmósfera de la época. De este modo, se convierte en una novela que permite a quien la lee disfrutar, reflexionar, enfadarse, reír, llorar… y que puede apreciarse con todos los sentidos, incluido, cómo no, el olfato.
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