Crónica de un amor por correspondencia

Crónica de un amor por correspondencia

Care Santos (Mataró, 1970), ganadora del Premio Nadal en 2017 con “Media vida” (Destino, 2017), se aventura esta vez a separarse de la ficción y narrar una historia real, concretamente, tiende su mano al lector hacia su propio relato familiar.

Se trata de “El amor que pasa” (Destino, 2025), cuyo título, que hace referencia a la “Rima X” de Bécquer, no podría estar mejor escogido, pues estos versos reflejan a la perfección la sensibilidad que el lector encontrará en las páginas de la novela: “Los invisibles átomos del aire / en derredor palpitan y se inflaman/ el cielo se deshace en rayos de oro / la tierra se estremece alborozada / Oigo flotando en olas de armonía / rumor de besos y batir de alas, / mis párpados se cierran... ¿Qué sucede? / ¿Dime?... ¡Silencio!... ¿Es el amor que pasa?”.

Durante toda su vida, la autora había escuchado la misma historia una y otra vez: Antonio Santos –su padre–, sevillano y vividor, y Claudina Torres –su madre–, catalana y estirada, se conocen en 1954 gracias a un anuncio en el periódico –cosas del destino–; y, a partir de entonces, se enamoran. La autora siempre supo que quería escribir sobre esta azarosa historia, pero no fue hasta la muerte de su madre cuando se armó de valor y se puso a recolectar toda la información necesaria para construir la crónica, teniendo como base más sólida las casi mil cartas que los enamorados se enviaron durante sus años de noviazgo. Pudo comprobar, entonces, que lo que le habían contado era solo un brevísimo resumen, y estaba dispuesta a escribir la verdadera historia que sus padres se merecían. Así nació “El amor que pasa”, una novela rebosante de intimidad y sinceridad, y, por encima de todo, real. Tanto es así, que el lector se siente un intruso en el mundo de los Santos-Torres, como si fuera una silueta que ha aparecido de golpe y sin permiso en el álbum familiar.

La obra debe entenderse haciendo frente a una aparente contradicción –solo aparente–: con la inmortalización de la historia de sus padres en un libro, Santos pretende cerrar una etapa, “soltar lastre” –como ella dice–, pero sin dejar que caiga en el olvido. Es más, gracias a que ha quedado retratado en el papel, puede delegar en la tinta lo que ya no tiene por qué recordar con todo lujo de detalle y, así, pasar página. Sin embargo, adentrarse en el pasado e indagar en la memoria no es una tarea fácil, sobre todo, cuando está en juego el recuerdo de sus padres, de su herencia familiar y de su infancia. 

Como Montescos y Capuletos, los mundos de Antonio y de Claudina son muy distintos: la familia de él, andaluza y de guardias civiles franquistas; la de ella, de la burguesía catalana y republicana. A lo largo de la obra, iremos viendo cómo se van resolviendo los conflictos y las diferencias culturales, que nunca serán mayores a la ilusión que tienen de emprender una vida juntos. No obstante, “El amor que pasa” no es una historia romántica al uso, sino que, entre el relato de los dos jóvenes acaramelados, la autora incluye con un tinte periodístico las sinceras dudas y reflexiones que la abordan al reconstruir la narración: ¿qué contar?, ¿qué no contar?, ¿en qué medida es justo exponer a los protagonistas de esa manera?, ¿dónde está el límite entre realidad y ficción, entre verdad e imaginación? Así, se crean dos niveles de narración: por una parte, la historia desvelada por la autora a partir de la correspondencia de sus padres y, por otra parte, el propio proceso de investigación y construcción de la crónica.

Además, algo especialmente bonito de esta novela es que la autora reivindica a Antonio Santos como poeta (que utilizaba como pseudónimo “Yonio”), pues introduce en la obra algunos versos revividos de su padre. Por eso, tampoco parece casualidad que haya escogido el verso de un poeta sevillano para titular la obra.

En definitiva, “El amor que pasa” es una novela de amor, sí, pero también una incógnita a la que la autora ha podido confiar reflexiones acerca de la familia, del amor, del acto de escribir, de la imaginación, del destino… Es también un lugar donde descansa la memoria de Antonio y Claudina, así como un altavoz para los poemas ignorados de Yonio. Es, al fin y al cabo, un acto de gratitud de una hija hacia sus padres, a quienes quiere regalarles lo que el destino no les dio. Como dice ella misma: “Menos mal que existen las novelas para reparar ni que sea durante un par de páginas lo que la vida no atinó a dejar bien resuelto”.

 @estaciondecult

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