La extrema centralidad

La "centralidad" debe ser un sitio muy raro, desde el que se percibe la realidad severamente deformada.
Desde la "centralidad" dice Feijóo que su partido le va a hacer la vida imposible al Gobierno de España, pero desde ese sitio raro en el que asegura situarse se ven cosas que, si la mayoría de los españoles también las vieran, bastarían para un harakiri colectivo, tan monstruosas las pinta. Claro que el líder del PP, bueno, uno de los tres líderes del PP, ofrece, compasivo, otra alternativa: una revolución. Democrática, eso sí, y decente a más no poder.
Si el resto de los españoles viera las cosas que ve Feijóo, no se hubieran reunido 50.000 personas contra el "sanchismo", el pasado domingo, en una ciudad con casi cuatro millones de habitantes. Se habrían reunido casi todos. Si el Gobierno fuera una mafia carente, encima, de toda legitimidad, si el país estuviera sumido en el caos, si ésto fuera una dictadura "chavista", si se persiguiera la libertad de expresión, incluida la de la prensa, o si la corrupción gubernamental campara por sus respetos, cosas todas ellas que ve Feijóo desde su "centralidad", se habrían congregado en la plaza de España si no los cuatro millones de madrileños, sí, como mínimo, tres.
La extrema "centralidad" de Aznar-Ayuso-Feijóo se centra, valga el retruécano, en sus furibundos dicterios contra el Gobierno, y en esa obsesión olvida que el PP gobierna en buena parte del territorio nacional, es decir, que para millones de españoles el Gobierno es él. Parece no importarle, o cree que a la ciudadanía no le importa, la nefasta gestión de Mazón en la dana, la más nefasta aún de Ayuso con las residencias de ancianos durante la pandemia, o la casi tan nefasta de Moreno Bonilla con la sanidad pública en Andalucía. Dispone el PP de dos años para convencer al electorado de que lo haría mejor que el ejecutivo de coalición si gobernara, bien que, si en vez de mentir sin tasa, hiciera su propia revolución. Democrática, eso sí, y decente a más no poder.