Ni Juan Carlos ha hecho que la Monarquía se tambalee

 Ni Juan Carlos ha hecho que la Monarquía se tambalee

Hemos vivido horas de exaltación monárquica a cuenta, curioso, del aniversario del fallecimiento de Franco.

Creo que el dictador ya ha quedado definitivamente enterrado tras este último recuerdo, medio siglo después de su muerte. Y sostengo la tesis de que lo que podríamos llamar 'polémica Juan Carlos', o sea, el sucesor de Franco, va a acabar muy pronto, una vez que se difuminen los vapores de los últimos errores del hombre que fue solución y problema, comienzo de la Transición y fin de la Transición. Con libro auto exculpatorio o sin él, el llamado 'emérito' ha de plantearse quedar reducido al silencio, a la quietud: ya le han dicho que no le quieren en los alones conmemorativos de una época que él protagonizó. Tal vez ahora, oteando el horizonte de la futura Leonor I, empecemos a avizorar el futuro, ahítos de tanta interpretación falaz del pasado y de tanto abuso del presente.

Dice alguna encuesta -yo alguna publiqué ya en un libro reciente-que Leonor de Borbón, esa joven decididamente guapa de veinte años a la que aún no han permitido conceder ni una entrevista periodística, cuenta con la aceptación, incluso con un cierto entusiasmo, de un 75 por ciento de los jóvenes. Bueno, las encuestas, para lo que valgan; pero no podemos desconocer la existencia, y no solo entre nuestros 'zetas', de una cierta 'leonormanía'. Y eso que, quitando los discursos oficiales que le preparan con demasiadas cautelas, esta joven aún no ha abierto la boca ni se ha señalado por otra destreza que la de trepar por las envergaduras de jarcia del Juan Sebastián Elcano. Pero con eso ha bastado, al menos hasta ahora: no ha metido la pata.

Es una 'leonormanía' que ha de cultivarse, sin duda. Convienen poco las fotografías con su abuelo Juan Carlos: él es un pasado polémico, vamos a decirlo así, por decir lo menos (y prefiero no aludir a ese libro oportunista, futuro 'best seller', sin duda, que dará carpetazo a su vida pública). Y ella es, en cambio, un futuro quizá prometedor, o más prometedor que este presente, bien gerenciado por Felipe VI.

Pero es un presente atenazado por los despropósitos de la peor 'clase política' -no me gusta la expresión-que hayamos conocido desde los albores de la hoy denigrada Transición: no había sino que ver que, por ejemplo, Feijóo y el ministro de Justicia, Félix Bolaños -el hombre que, atención, más papel podría jugar en el 'possanchismo'--, ni siquiera se miraron, y de dirigirse la palabra ya ni hablamos, durante la hora y media que duró la ceremonia, con la familia real, en la que estuvieron sentados juntos. Y eso, mientras todos, comenzando por el Monarca, hablaban allí de 'concordia' y 'consenso', de emular la "revolución de la Transición"* ante una sala de la que habían desertado todos los grupos parlamentarios, excepto el PP y el PSOE,el viejo, hoy más enemigo que nunca el uno del otro, bipartidismo.

Son claras mis discrepancias con lo que Sánchez hace y, sobre todo, no hace en cuanto a defensa de la mejor democracia posible. Pero discrepo de quienes le sitúan como enemigo de la Monarquía y del monarca. Si los socialistas hubiesen querido, a estas horas ya estaríamos instalados en la República, o al menos en el caos institucional. Lo que ocurre es que Pedro Sánchez, un personaje visiblemente desmejorado y preocupado (no es para menos), ya no puede gestionar el futuro de España, por muy bien que digan sus voceros (y no les falta del todo la razón, al menos desde un punto de vista económico) que va España. Que el odio personal se haya instalado, indeleble, entre los dos principales personajes de nuestra trama política es un factor a tener en cuenta en la gestión del porvenir, ese que va a estar crecientemente dominado por la 'generación zeta', o 'generación Leonor I'. Quizá las figuras de esta coyuntura ya no nos sirvan.

Ahora, Sánchez solo se salvará ante la Historia, cosa que cada día tiene más difícil, reforzando el actual papel de la forma de Estado, prescindiendo de aliados que no quieren saber nada ni de esta Constitución ni de la estructura del Estado y que aprovechan cada ocasión para potenciar la imagen de las dos Españas: la que es y la que no quiere ser. Y, claro, habría de poner fin de inmediato a esta Legislatura agónica. Por lo demás, ya digo que creo que solo la figura de un rey -o de una reina, claro-puede ayudar a instalar al menos algún puente para transitar por el abismo que entre todos, me temo, ay, que incluyendo Juan Carlos, hemos abierto. Solo esa "revolución" de una segunda Transición, como me parece que apuntó Felipe VI, puede hacer que volvamos a nuestros cabales.


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