Este no es él, que me lo han cambiado

 Este no es él, que me lo han cambiado

Algunos lo atribuyen al maquillaje excesivo y tal vez equivocado, pero a mí no me engaña: ese rostro contraído, esa mirada demasiado fija, esa pérdida de control en una respuesta al 'socio' que le ha salido respondón (Rufián) en el Congreso, evidencian al hombre contra las cuerdas.

Que sabe que va a perder el combate, pero que, por tozudez, pundonor o amor al riesgo, no tira la toalla. Y, la verdad, es un milagro de lo que ahora se llama resiliencia que siga ahí, tomándose cada vez más jornadas de solitaria reflexión, renunciando cada día a más presencias. Algo va a pasar, dicen todos, pero él insiste en que cumplirá los plazos. Yo, viéndole aunque sea de lejos, lo dudo.

Sé que lee los periódicos incluso con más insistencia de lo que a veces merecemos, y que atesora rencores contra quienes sobre él escriben o escribimos, porque comete el enorme error de pensar que todos están, estamos, contra él. ¡Él, que todo lo merece por ser quien es, más listo y mejor que cualquiera!. Solamente alguien como él, enorme Narciso, sobreviviría cada día, un día más hacia el cobro de trienios y pisando alfombra roja, a los titulares cotidianos, que no se centran, no, en sus colaboradores que le han salido rana, sino sobre él mismo.

En el Parlamento oigo cosas tremendas sobre él. Algún dirigente extremado, grosero, de la oposición populista le llama desde 'mafioso' hasta 'delincuente', pasando por 'ladrón' y 'traidor'. Se pasa. El se limita a mirar a la mujer que tiene a su lado, gesticuladora y fidelísima -al menos en este cuarto de hora--, a poner los ojos en blanco, a mover la cabeza como diciendo 'quien me ataca está loco' y acentúa sus perfiles de máxima tensión. A veces, me da por pensar, tiene el rostro que se le supondría a un condenado a muerte en las vísperas de ir al patíbulo. Tengo la impresión, ya digo que basta con mirarle de lejos, desde la tribuna del populacho, de que él sabe que es carne de tanatorio político y ni siquiera él sabe el plazo, porque cualquier cosa puede ocurrir en Audiolandia; y sí, es sincero al menos cuando en privado dice que no sabe qué está almacenado en los silos letales de Ucolandia. Eso, el gran controlador no lo controla, como no controla lo que dicen los medios, aunque bien que lo ha intentado.

Y eso es lo peor: que, a todos, y con él al frente, se les ha ido esto de las manos y han hecho de este gran país eso, la Audiolandia, Ucolandia, Koldolandia, Jessicalandia, Cerdanlandia, que están todos los días en las portadas de los medios. Nadie, ni siquiera él, que es un fuera de serie en esto de seguir y seguir y seguir, puede sobrevivir mucho tiempo a los titulares que le cercan a él, no a esos puteros de baja estofa que ya están clasificados, calificados, despreciados y sentenciados. Y ya digo: veo su gesto y pienso que este no es aquel tipo que yo conocí: seguro, algo chulesco, infectado por el peor síndrome de Hubris, el que aqueja a algunos triunfadores que se creen mejores que nadie. No, no es él, aquel tipo que nos miraba por encima del hombro, que me lo han cambiado por esta caricatura adelgazada y a punto, a punto, de estallar.

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