Ante el desenlace electoral del domingo que viene en Extremadura, que nadie se distraiga con las claves nacionales del análisis. Su componente central es que, por primera vez, los españoles -los extremeños en este caso- tienen ocasión de valorar en las urnas el desempeño del Gobierno de Sánchez, nacido sobre un pacto antinatura tras las elecciones generales del verano de 2023 (básicamente, La Moncloa a cambio de la amnistía a los golpistas antiespañoles del 1 de octubre de 2017).
Sobre ese pecado original, consistente en la forja de un pedestal de poder sostenido por enemigos del Estado, se han ido acumulando otros. Los más recientes reflejan una escalada de la desvergüenza en base a un repulsivo retablo de ladrones, puteros, acosadores y mentirosos.
Son los frutos visibles del desbarajuste reinante hoy por hoy en las filas del PSOE y en una cabina de manos del Gobierno confiscada por el personalismo del presidente, Pedro Sánchez, que acaba de mitinear en Cáceres sobre lo que renta a los extremeños y a los españoles en general poder contar con un Gobierno "progresista".
Nada que ver con el dictamen de los sondeos electorales, que dibujan un precursor hundimiento de la causa electoral del PSOE y una precursora mayoría absoluta de la derecha (suma PP-VOX). Para la noche del domingo, y tal vez en jornadas sucesivas, dejamos abierto el saber si la gobernación de Extremadura queda en manos de un gobierno monocolor del PP o su candidata, María Guardiola, está abocada a entenderse con Vox.
Lo que está completamente descartado -los números cantan- es un gobierno del PSOE, que va camino de obtener el peor resultado de su historia en una Comunidad Autónoma históricamente de izquierda.
Lo demás es pasto de consumo rápido para chispeantes tertulianos y finos analistas. Se reduce a especular sobre las accidentadas relaciones del PP con Vox respecto a eventuales pactos, no solo a escala autonómica, y no solo en Extremadura, sino también en otras comunidades y, por supuesto, a escala nacional, donde se reproduce el movilizador dilema que están viviendo los dos grandes partidos de la derecha española.
Por mucho que la candidata del PP, María Guardiola, agite el espantajo de una pinza concertada entre el PSOE y Vox contra el PP, y por mucho que el PSOE se desgañite pregonando que PP y Vox son el mismo perro con distinto collar, esos juegos florales están llamados a desvanecerse frente al impulso reinante de acabar con el régimen sanchista.
Es el mismo impulso que se percibe en Aragón (febrero) Castilla y León (marzo), Andalucía (junio) y en las elecciones generales presentidas en la cuenta atrás que, más o menos discretamente, ya condiciona la agenda política de todos los partidos a medida que se va imponiendo la percepción de que estamos al final de un ciclo que no da más de sí.
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