El nombre de Elizabeth Taylor corresponde –además de a la magnética actriz de “La gata sobre el tejado de cinc” o de “De repente, el último verano”– a una estupenda escritora británica (Reading, 1912-Buckinghamshire, 1975) quien no solo tuvo la mala suerte de un nombre equívoco sino también el del no haber obtenido reconocimiento hasta su muerte. Autora de una docena de novelas y de un puñado de libros de relatos, acaba de traducirse de nuevo su libro “Mrs. Palfrey at the Claremont” (1971) esta vez con el título “Prohibido morir aquí” (Libros del Asteroide, 2025).
Taylor acerca al lector al mundo de los hoteles-residencia londinenses de los años 60 en donde ancianos –y no tan ancianos– tomaban una habitación por tiempo indeterminado y vivían en ella mientras tuvieran la capacidad mínima de valerse por sí mismos. Allí hacían una vida de rutinas: paseos, lectura del periódico, televisión (preferiblemente las noticias), tertulias entre ellos y la preocupación por seleccionar bien el menú de sus comidas. Los hoteles reservaban un cierto número de plazas para estos huéspedes, plazas que eran más económicas pero que les garantizaban unos ingresos mínimos en cualquier temporada. A la vez se buscaba que esos habitantes fueran pocos de manera que no marcaran el ritmo o el estilo del hotel y, con ello, ahuyentaran a los clientes convencionales. Los ancianos solían ser personas que vivían en soledad, sin familiares cercanos, divorciados o viudos, acostumbrados a las comodidades de servicios de una clase media alta, para quienes esta vida de residencia de ancianos en hotel les ofrecía la mejor de las posibilidades de acuerdo con el dinero que aún conservaban.
La novela comienza con la llegada de la señora Palfrey al hotel Claremont. El lector conoce las incertidumbres de haber dado ese paso (¿Realmente eran tan mayor? ¿Estaba verdaderamente sola? ¿Se adaptaría a esa vida con desconocidos?), la paulatina adaptación y un final de novela, realmente inesperado. Por las páginas desfilan los otros ancianos y sus caracteres -y no pocas manías- y el lector conoce también las circunstancias de la protagonista: viuda, con una hija en otra ciudad y con un nieto que vive en Londres pero que no le hace caso. Taylor llena su novela de lances de residencia, de murmullos y maledicencias y de la aparición de los afectos propios que el roce de esas vidas tan rutinarias permite que se despierten.
La prosa de la escritora británica es esencialmente sencilla, de fraseo corto, de fuerte sabor clásico. La autora muestra a trazos breves el contenido del corazón de la viuda, que siempre se sustancia en sentimientos inmediatos ante los estímulos. Es esa sencillez la que puede desconcertar ya que parece obedecer a cierta castración sentimental que, en realidad, no es tal porque, al terminar la lectura, lo que cautiva es la sólida articulación del carácter de la viuda Pallfrey. Un carácter inglés resultante de una educación que lleva a evitar cualquier impetuosidad, a recelar de la primera impresión. Una educación en fin, marcada por el pragmatismo.
Taylor nos parece la última autora del genuino carácter inglés: todo contención, todo reflexión, todo formalismo. En la época de los Beatles y del amor libre, Taylor muestra los restos de una educación victoriana. El lector se queda con ese carácter, con las reflexiones sobre la vida que Palfrey toma y, desde luego, con las ganas de seguir leyendo a la autora británica.