Alan Moore, y más concretamente en lo referido de esta secuela de la archiconocida y espartana 300, Frank Miller son los elegidos en el cine actual basado en las llamadas novelas gráficas o cómics, por un denominado visionario convertido en dorado productor Zack Snyder, a la deriva. El otrora director de la notable primeriza y divertidísima Amanecer de los Muertos, va desinflando velas poco a poco en mi aprecio personal como creador cinematográfico, para convertirse en promesa rota y un pervertido del tratamiento digital del cine actual. Es mi opinión, claro está.
Si bien con su primera entrega nos ofreció una fiel adaptación del libreto dibujado y escrito por Miller, ahora produce junto a su esposa Deborah, ofreciendo la dirección al israelí Noam Murro con un bagaje anterior de un único filme. La historia continúa con el Imperio de las polis griegas durante las Guerras Médicas (comenzadas por un inminente ataque persa en la Batalla de Maratón) emergiendo la figura del general ateniense Temístocles. Sin embargo, el argumento contado en la novela anterior y en la película 300: El origen de un Imperio, dista bastante de las crónicas contadas por Heródoto en sus nueve libros encontrados en rollos de papiro, comenzando por la muerte del rey Darío I, padre de Jerjes I y protagonista de esta versión desvirtualizada por el croma y la verdadera historia real.
Aquel entretenimiento, que si bien fue divertido y novedoso en la primera película, se transforma en un amasijo de deslavazado de secuencias bajo la nueva batuta, con escenas de ralentización llevadas al extremo de nuestros nervios, salpicaduras de sangre falsa o desmembramientos cargados de efectismo, batallas navales en un Artemisio infectado por el fuego y la desolación espuria de los personajes, y caballos risibles en la fragua del paroxismo digital.
Sin Leónidas con su capa rojo-sangre, nos acercamos a un llamativo azul para mayor gloria ateniense de su protagonista Sullivan Stapleton (muy preferible en la cinta australiana de calidad sobresaliente Animal Kingdom) atacando con su afilada espada a las hordas de terribles y horrendos persas, mientras contemporáneamente caían resistiendo los famosos 300 hoplitas. Aquellos héroes románticos semidesnudos, ahora son depredadores sexuales y figuras de exaltación patriótica que, por contra, luchaban por mantener una democracia basada en la esclavitud.
Quizás a causa de la fragmentación del guion por diferentes mentes (entre ellas el propio Snyder) se produce la marejada y naufragio de esta batalla por conseguir un nuevo "blockbuster" jónico. Y de un desacertado movimiento de tropas entre el mareo y el vómito excesivo de sangre sin venir a cuento, además del amaneramiento generado desde el manipulado del ratón. Por supuesto que el croma se hace presente con toda la espectacularidad de escenarios diseñados, pero, también es el velo frío para la interpretación de los diferentes actores, unos menos acertados que otros. No es plan mío diferenciar sus trabajos, incluyendo a Lena Headey, Rodrigo Santoro o David Wenham repetidores en la secuela.
Haciendo un chiste poco consistente, esta segunda Guerra Médica hubiera necesitado de un matasanos más experto en la elaboración y tratamiento del cómic. Por otra parte, vilipendiado por su escaso rigor histórico por unos y encumbrado hasta la exageración por los acérrimos de Zack Snyder. Las posibles viñetas se disuelven en la confusión y la épica se sumerge en el ridículo.
Podría salvar a la belleza de Eva Green, más por la simpatía que me causa en otros trabajos y su imponente presencia. Más por sus movimientos felinos y sus besos venenosos, que por la utilización de su espada, el tiro acertado de su discurso o la comandancia contra los navíos o trirremes de la alianza griega. Así como, su caída ideada en el compendio de sus enfrentamientos reales con la historia en las batallas de Artemisio y Salamina. Caóticas y entremezcladas.
Por tanto, este nuevo imperio me produce una variedad cromática de despropósitos, con baile erótico incluido sin mucha gracia, y menos épica que en las Termópilas. Naufragio en alto mar con este dueto Murro director y Snyder productor, y la contemplación de un vigía de lujo llamado Frank Miller. Esto es Esparta, una olvidada falacia y tragedia griega.
* Mala *