La caza del hambriento

Para un asesino no debe ser lo mismo matar a distancia, impersonalmente, con un misil, un dron o un proyectil de artillería o de carro de combate, que hacerlo en plan francotirador con la víctima bien identificada y bien definida en la mira del arma.
El placer de matar, para un asesino, no debe ser el mismo. A voleo, indiscriminadamente, el ejército de Israel ha asesinado ya a cerca de 60.000 personas y ha dejado malheridas, en el cuerpo o en el alma, a un número incalculable, pero cercano a los dos millones. De hambre, la penúltima modalidad de ejecución de ese genocidio, pudiera alcanzarse esa cifra, pero la modalidad última empleada, la de citar a los civiles hambrientos en un punto de supuesto reparto de víveres, para, una vez allí, freirles a tiros uno a uno, pertenece a esa clase de matanza anhelada por los asesinos. Ya han cazado así a más de medio millar de hambrientos.
El infierno existe, y está en Gaza. En él, los pecadores que no han pecado, o los que no han cometido otro pecado que el de habitar su tierra, en la que vivieron y que labraron sus antepasados, se consumen en el fuego que sobre ellos vomitan las poderosas armas de Israel proporcionadas por los Estados Unidos y por otros estados. Deshumanizados absolutamente por los hacedores de ese infierno, en él padecen los pecadores sin pecado los peores sufrimientos, el hambre, la sed, el terror, la desesperación, la miseria, y una vez reducidos a la condición de zombis, o de muñecos del pim-pam-pum, la muerte para disfrute de unos inconcebibles escopeteros.
La caza humana, esto es, de seres humanos, se ha puesto de moda, extendiendo por todo el mundo los límites de ese infierno. Trump manda sus jaurías a la caza de inmigrantes, de trabajadores, y los captura en los supermercados, en los colegios, en la calle, en las fábricas, en las bodas, y los envía al Zoo humano de Bukele. Su colega Netanyahu caza a las personas, a los niños, a las mujeres, a los hombres, a los ancianos, a su manera: les cita con el señuelo del pan, y cuando llegan se va cobrando, a tiros, las piezas.