“Vida escaparate: ¿Vivir para ser visto o ser visto para vivir?”, un ensayo lúcido en tiempos de oscuridad
La arquitecta Julia Lescano (La Plata, Buenos Aires) se enfrenta, en esta ocasión, a un nuevo gran proyecto: escribir un libro. Gracias a su larga carrera como escritora en el mundo de la docencia e investigación ha logrado redactar un ensayo fresco y dinámico, tras cuatro años fraguando sus ideas y dando forma a sus pensamientos.
La estructura interna del libro “Vida escaparate: ¿Vivir para ser visto o ser visto para vivir?” (Almuzara, 2022) parece contraponer continuamente dos modos distintos de vida: vivir para uno mismo o para el otro. Dicho de otra forma, la necesidad humana de encontrar una narrativa para la vida propia aportándole un sentido se enfrenta a la tendencia actual de buscar una narrativa vital enfocada únicamente al pensamiento del otro, olvidándose uno, en último punto, de sí mismo.
Lejos de ser un libro de autoayuda, apoyándose en las reflexiones de pensadores como Foucault, Sartre, Kierkegaard, Byung Chul Han o Bauman, la autora hace tambalear algunas de las creencias actuales más asentadas. La obra, desde un enfoque de carácter divulgativo, introduce elementos de actualidad como la conocida serie de “El juego del calamar” para proyectar un foco de reflexión, que se podría catalogar como necesario, en estos tiempos en que la velocidad dirige las vidas. Ofreciendo más preguntas que respuestas, se presenta al hombre del momento como un esclavo de las redes, catalogándolo –la escritora– como “el mirado”. Se muestran, de forma paralela, datos empíricos que sustentan esta postura.
Pese a la profundidad de esta lectura, está hecha para todo tipo de público. La especialidad en arquitectura de la autora propicia una visión bifurcada de los efectos de la posmodernidad en el ser humano y las construcciones actuales, lo que favorece una sencilla comprensión a nivel visual. El paralelismo casa-redes, lleva al lector a ideas como la falta de privacidad en la mayor parte de ámbitos en el día a día.
Todos aquellos que mantienen continua relación con las redes acaban confundiendo su vida real con la virtual, pensando que esa faceta de felicidad que ellos y los demás muestran agota toda su persona, que no hay nada más allá. Esto no es posible de sostener, y encontramos múltiples ejemplos a nivel histórico. En la escuela de Cirene, Hegesias de Cirene defendió como fin último de la vida humana el logro de la ausencia de dolor y tristeza. Se demostró que era imposible, ya que somos humanos y no podemos evitar cierto tipo de sentimientos. Sus enseñanzas tuvieron que ser prohibidas pues provocaron un alto número de suicidios. Sin duda, podemos encontrar más de un paralelismo entre este suceso y aquello que acontece a día de hoy en nuestra sociedad. Madrid Actual ha conversado con Julia Lescano sobre este tema.
Es un libro muy humano porque toca temas como la identidad, el dolor, el arte… Supongo que te habrán surgido dificultades a la hora de empezar a escribir este libro, ya que es el primero.
Sí y no, te diría. Sí que es el primer libro, pero no es lo primero que escribo en realidad porque vengo del mundo de la docencia y de la investigación. Por lo que he escrito mucho por trabajo, o sea que el hecho de escribir, por así decirlo, no me representa un problema. El libro, en realidad, para mí fue una forma de hacer síntesis de un montón de cosas que tenía ya aprendidas y otras que quería contar. Meterme en el tema me llevó a hacer ciertas investigaciones y eso me llevó a reescribir partes, a hacerlo más profundo. Como vos decís era todo el tiempo, ¿y por qué no empezar con esto?, ¿y por qué no meter esto?, ¿qué pasa con esta área? Hasta que en un momento dije: hasta acá, porque me di cuenta de que estos pensamientos podían ser infinitos y bueno… ¡ya vendrán otros libros después!
¿Cuál fue el germen que te llevó a comenzar este proyecto?
El problema no es lo que hacemos en las redes, sino lo que dejamos de hacer por ellas. Lo pensaba así: imagínate una especie de carrera en la que estás en la línea de partida en la vida escaparate y en la vida real. En ese sentido, pensaba: ¿qué es lo que uno pierde cuando avanza tanto en “la vida escaparate” y no tanto en la vida real? Al final, a lo que uno le dedica tiempo es en lo que crece. Si paso horas y horas en las redes es obvio que hay un montón de cosas que dejo de hacer: salir a la calle, practicar un deporte, leer un libro, estar con gente…También hay un tema que creo que no es menos importante.
Tengo 43 años y viví las dos cosas. Mi vida hace 10 o 15 años era totalmente analógica. Las primeras imágenes que había conocido eran de otro tipo; generalmente hechas por artistas, más allá de que no estuvieran mediadas por una pantalla. Tenían otro objetivo. En ese momento nadie ponía en tela de juicio la diferencia entre esas imágenes y la auto imagen; estaba clara la diferenciación entre el mundo de las imágenes que nos eran dadas: el cine, la televisión, un póster, un anuncio…. Y ese otro mundo, que podía estar más o menos explotado, pero lo que estaba claro es que eran diferente. Creo que con la irrupción de las redes sociales esta frontera se empezó a desdibujar. Pero también entiendo que hay una generación que no conoció esa otra parte, entonces, ¿cómo alguien va a poner en duda algo que no conoció? Alguien que ve este otro lado como lo natural.
Es muy interesante el hecho de haber vivido los dos mundos, pero considero que, también, al haber ido todo a esta velocidad de desarrollo, no ha habido espacio para una gran reflexión sobre ello. Creo que son dos factores importantes.
Totalmente. En el libro me refiero a la situación como “un laboratorio humano”. Creo que es algo que se lanzó, que nadie tenía demasiada idea de qué iba a aprender, ni de cómo iba a terminar. Para mucha gente eso se convirtió en un negocio. Por su velocidad, creo que no hubo margen para ir corrigiendo esos pequeños errores que hoy se han acumulado y han traído las consecuencias que tenemos.
Hablas en tu libro del Pensamiento crítico. Hay que contemplar las redes como un instrumento que puede usarse bien o mal. Observar su uso de manera objetiva para ver sus ventajas, desventajas y posibles mejoras.
Así es. Pueden cambiar los medios, pero considero que algo de aprendizaje tiene que existir. Recuerdo que cuando era chica estaba el debate de calculadora sí, calculadora no. En realidad, obviamente hacía que tu cabeza no trabajara tanto. Hoy estamos ante una situación en la que le haces una pregunta a una Inteligencia Artificial y te responde. Casi que una no tiene que hacer nada. Por otro lado, creo que hay una cuestión biológica. La red genera adicción, como podría hacerlo el azúcar. El cuerpo humano está preparado para saltar, correr, estar al aire libre… Y como te decía antes, el problema es lo que dejamos de hacer.
Antes dijiste que detrás de las redes se esconde un gran negocio. Parece que toda esta situación proviene, hasta cierto punto, de una aceleración de los tiempos, que vendría propiciada por nuestro sistema económico. Las redes nos dan un contenido muy fugaz para que consumas todo lo que puedas en el menor tiempo posible. Relacionado con este tema, en tu libro hablas de la imagen exterior de la arquitectura enfocada, de nuevo, a este tipo de consumo fugaz y a la primacía de la estética sobre la funcionalidad.
Detrás de esto no diría que hay un negocio, sino unos cuantos. Incluso hay un capítulo donde hablo de la propaganda y demás. La imagen como protagonista y asociada de la mano de ciertos análisis y comportamientos humanos desde hace mucho tiempo viene siendo utilizada para dirigir la mirada hacia el consumo de ciertos productos. La realidad es que, en ese sentido, las redes sociales son como una especie de televisor permanente y, entre comillas, gratuito. Hace unos años, tú veías un programa de televisión y por hora tendrías 4, 5 o como mucho 10 propagandas. Ahora deben ser como mil por hora. En ese bombardeo, todo pasa por imagen. Hay que poner una especie de filtro.
Para eso, uno tiene que tener muy claro qué quiere y qué necesita consumir, teledirigir eso de alguna forma. Por otro lado, deberíamos mirar esta nueva fase de la globalización, la tecnológica. En esta última, la realidad es que no son solo las redes; también la tecnología ha avanzado para todo y ahí entra la arquitectura. Si hablamos de tecnología de los materiales, es esta la que ha propiciado que la arquitectura sea muchísimo más que ladrillos, cemento y arena. Hay mucha necesidad, por parte de algunas personas, de usar eso al máximo y olvidarse directamente de lo anterior. No hay una sana convivencia entre ambas cosas que sería lo ideal: usar la tecnología para mejorar lo tradicional, pero sin dejar esto último de lado. Muchas veces pienso sobre todo en el campo de la polarización.
¿Has pensado algún tipo de solución para este problema? En tu libro, nos hablas del control gubernamental sobre las redes, que ya se ha llevado a cabo en algunos lugares como China. ¿Tú opinas que ha de ser una responsabilidad del Gobierno o del individuo? ¿Cómo crees que debería gestionarse este asunto?
Creo que, hablando en serio, la situación en la que nos encontramos parte de que las redes son globales y no tienen legislación; todo está permitido. Si pasa algo que no está muy bien, no se sabe a quién echarle la culpa o reclamarle. De tal manera, que creo que es totalmente necesario y urgente implementar algún tipo de legislación. Lo que no tengo claro es el cómo, ni quién. Las redes son mundiales; se tiene que crear un organismo a nivel global que esté en comunicación directa y que tenga una regulación para cada una de ellas. Con el tema de Tik Tok hubo varios suicidios de niños y adolescentes a causa de desafíos promovidos en ella. A raíz de eso, toda Europa está evaluando prohibir Tik Tok.
Honestamente, no sé cómo es la implementación, ¿no se podrá descargar la App? Después, creo que hay algo que tiene que ver con el tráfico de datos. Los datos personales que uno ingresa permanentemente casi sin darse cuenta: toda esa información por la que en realidad volvemos a la misma pregunta, ¿para quién es? Suelo ser bastante reacia a estas cosas. Durante la pandemia surgió una especie de aplicación que vos tenías que ir cargando todo lo que hacías, como una especie de control. Me negué totalmente. O sea, ¿por qué tienen que saber todo de nosotros? Hay que ser consciente de que hay algo que está sucediendo, por eso hablo en el libro de pensamiento crítico, en el sentido de tratar de generar ciertas resistencias, preguntarse, dudar y decir: ¿realmente lo necesito?, ¿realmente estoy de acuerdo?, ¿realmente esto es mejor?, ¿cuántas cosas perdimos que eran más humanas, que nos hacían mejores?
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