¿Qué harán después de que se acaben las vacaciones y las buenas vibraciones de la Navidad, cuando vuelvan a la lucha desesperada por el poder, por mantenerlo o por alcanzarlo, cuando insistan en agitar los más bajos instintos políticos y la polarización, cuando se trate exclusivamente de salvar un proyecto personal, ni político ni de partido, aunque quemen toda la tierra que tengan delante? ¿Qué cuando dejen de fingir que les importan las personas y los derechos humanos? ¿Qué harán dentro de unos días cuando se vuelva a abrir un Parlamento devaluado intencionadamente y sin mayorías reales? ¿Qué cuando las instituciones que deberían servir a todos los ciudadanos -el CIS, RTVE, el Instituto Cervantes, el Tribunal Constitucional, las empresas públicas- se alineen con el Gobierno para servir los intereses de éste?
Nos hemos o nos han acostumbrado a que todo eso, incluidos los insultos y las descalificaciones personales, parezca "normal". Pero no lo es. Tampoco lo es que se monten aquelarres con hechos terribles, como la tragedia de Gaza y, cuando pasa la efervescencia polìtica interesada se olvide un conflicto que sigue vivo, donde muchos niños siguen sin hogar y muriendo de hambre y los que lo provocaron y los que lo convirtieron en un genocidio siguen en su sitio, aprovechándose de los que sufren, a los que todos utilizan en su beneficio. No es de recibo que no haya voces que se alcen contra lo que está pasando en Sudán, la peor catástrofe humanitaria del mundo, con miles de muertos, el desplazamiento de doce millones de sudaneses y treinta millones más en situación de precariedad absoluta. No es de recibo que siga la guerra de Ucrania por los intereses de un déspota, que Venezuela siga gobernada por un dictador apoyado por gobiernos como el de España, que Cuba siga empobrecida y sin libertades en manos del comunismo castrista, que en Irán sigan gobernando unos sátrapas que castigan a los que protestan y encarcelan a los defensores de los derechos humanos, que en Afganistán las mujeres sigan siendo siervas que deben vivir escondidas* No es justo ni tiene defensa el silencio frente a tanta barbarie. La mayoría solo se moviliza cuando busca sacar rentabilidad política.
Y en lo que nos toca más cerca, todos los incendios políticos son provocados y los incendiarios siguen libres y en sus puestos. La polarización es también provocada intencionadamente. Los crecientes conflictos institucionales obedecen a la voluntad de crear un clima de tensión, con alta visibilidad pero sin legitimación alguna. La palabra no vale, la verdad es una caricatura y el abandono de la ética y de la moral una constante. No hablo sólo de un partido ni de quienes tienen el poder, aunque las responsabilidades no son las mismas.
Quienes aspiran a cambiar este rumbo y a gobernar este país deberían aprovechar estos días para hacer una reflexión profunda. No se trata de quitar a unos para ponerse ellos, aunque parece que lo primero es imprescindible dado el clima en el que vivimos, el cansancio social generalizado, la falta de respuestas y los escándalos de corrupción que sacuden a quienes gobiernan. Tampoco se debería elevar el nivel de enfrentamiento y dividir aún más. De lo que se trata es de marcar un camino que ilusione a los ciudadanos, de fijar propósitos y compromisos claros, de garantizar una política para todos que no excluya ni deje tirado a nadie. De dejar de echarnos las culpas los unos a los otros para marcar un futuro de diálogo y de consensos. De reconstruir los partidos para que sean instrumentos al servicio de los ciudadanos y no de intereses personales. Eso les toca a ellos, a los políticos, que deberían ser "fijos discontinuos", trabajadores temporales de la política. Y nosotros deberíamos fijarnos bien en lo que dicen y en lo que hacen, discernir qué hay de verdad y qué hay de postureo en lo que nos venden. No apoyar a quienes quieren seguir con la división de españoles entre buenos y malos, sólo que cambiando los bandos. Necesitamos una España responsable, dialogante, solidaria y coherente donde no sobre nadie y donde todos trabajemos para un fin común: una mejor vida para todos los que vivimos en esta tierra grande y tan maltratada por la baja política. No hay que abandonar la esperanza.
Madrid Actual no se hace cargo de las opiniones de sus colaboradores, que no tienen por qué coincidir con su línea editorial.