Prioridad absoluta que PP y Vox no ganen

No sé qué más ha de pasar cuando te procesan a 'tu' Fiscal General del Estado, cuando el partido que te sustenta se tambalea ante sospechas graves de corrupción, cuando tu propia mujer y tu hermano son cuestionados quizá no penalmente pero sí éticamente, cuando el máximo órgano que decide lo que es o no legal es forzado hasta el extremo para que decida que la amnistía, claramente inconstitucional a mi modo de ver, es, por el contrario, constitucional.
"Ríndanse a la democracia", dicen, contemplando todo esto, desde la oposición, exigiendo que el presidente convoque elecciones. "Esto es un golpe de Estado blando", replican, aunque todavía no oficialmente, portavoces más o menos gubernamentales, que se sienten presionados como jamás.
Personalmente y como seguidor de la actualidad, nunca había visto una situación semejante, ni en los tiempos de quiebra de Adolfo Suárez, ni en los últimos controvertidos tiempos de los GAL de Felipe González. Ni con Aznar en Irak, ni con Rajoy cercado por la corrupción en el PP. La de ahora es una situación nueva, inédita, difícilmente explicable a un periodista noruego como el que vino recientemente a Madrid para entrevistarme, tratando de que yo le 'iluminase' sobre los meandros inextricables de la podrida política española. Creo que el pobre colega nórdico se marchó tan confundido, o más, como cuando llegó. Y es que hay cosas que solamente por la personalidad de Sánchez, por las limitaciones de la oposición, por el miedo generalizado a que quien e mueva no salga en la foto, y, sobre todo, por el desinterés de los ciudadanos en esta política, podrían explicar que hayamos llegado hasta donde hemos llegado.
Aquí y ahora todo queda en manos de 'los socios', una vez que parece claro que una manifestación, por cierto no tan numerosa como sus organizadores esperaban, no va a hacer que Sánchez tire la toalla y disuelva las Cámaras para ir a unas elecciones anticipadas. Puede, no lo descarto, que en algún momento estallen los casos García Ortiz, o Santos, o Abalos, o Leire, o Jessica, o el hermanísimo -que a mí me parece con mucho el menos grave de todos- y entonces Sánchez tenga que tumbar su rey en el tablero de ajedrez. Pero, hasta ahora, todo es resistir con el apoyo de los que Rubalcaba llamó 'coalición Frankenstein', es decir, PNV y Bildu, Esquerra, BNG y Junts.
Y por ese lado, Sánchez está tranquilo: ¿cómo podrían los nacionalistas vascos aliarse con quien abomina del uso del euskera en actos oficiales? ¿Cómo esperar que Bildu o Esquerra, por ejemplo, o el mismísimo Podemos, apoyasen la posibilidad de un Gobierno del PP, sobre todo cuando aún no se ha clarificado la naturaleza de los lazos con VOX? ¿Y Junts?
Me parece lo que los americanos llaman un 'caldo de cerebro' pensar que el prófugo y su gente, por muy conservadora que sea su política, se decantasen por un apoyo al PP. En una entrevista reciente, quien fuera conseller de Economía de Artur Mas, Andreu Mas-Colell, ahora repescado para el Banco de España por José Luis Escrivá, ha dicho alto y claro lo que en Junts dicen también sin tapujos: "es prioridad absoluta que PP y Vox no ganen".
Tiene Feijoo que meditar muy mucho su política -y de los suyos, especialmente la presidenta de la Comunidad madrileña-en lo referente a las relaciones con los nacionalistas. Es, junto con su futura alianza o ruptura con Vox, el punto clave ante el congreso del partido. Los nacionalismos nos gustarán más o menos; serán, si usted quiere, un problema político que apenas existe en la mayor parte de Europa. Pero están ahí, siguen teniendo el puñado de escaños suficiente para poner o quitar gobiernos y, en esta coyuntura, creo que tienen muy claro qué gobierno ponen y a cuál de ninguna manera van a poner. Es la suerte del afortunado Sánchez y la desgracia del atribulado Feijoo.