Despedimos la primera parte del curso político constatando la debilidad parlamentaria del Gobierno que, por falta de apoyos en el último pleno antes de las vacaciones, tuvo que tragarse dos de sus proyectos estrella: la llamada "ley Bolaños" sobre la reforma de la Justicia y el último intento de la vicepresidenta Yolanda Díaz para reducir la jornada laboral.
La volatilidad de sus socios parlamentarios tumbó también el llamado decreto de reforma del sistema eléctrico. Podemos, Junts, el BNG y la Xunta votaron en contra, al igual que el PP y VOX. También la palabra "corrupción" resonó en la bóveda del Congreso.
El "y tú más" al que tan acostumbrados nos tienen los dirigentes políticos en sus discursos convierte la crónica de estos tiempos en un recital de acusaciones que en función de los casos que van apareciendo suministra munición a derecha y a izquierda. Tras el procesamiento del ex Ministro de Fomento José Luis Ábalos y de el ex diputado y ex secretario de Organización del PSOE Santos Cerdán, todas la baterías del PP estaban enfocadas contra el partido del Gobierno. Hasta que, inopinadamente, estalló la "bomba" Montoro. Un sumario que había permanecido declarado secreto durante ¡siete años! a través de cuyo auto la sociedad española ha conocido con asombro y, a juzgar por numerosos testimonios, también con indignación, que quien fuera ministro de Hacienda con los gobiernos de Aznar y de Rajoy presuntamente habría impulsado diversas maniobras para adaptar disposiciones ministeriales que, en alguna ocasión, alcanzaron rango de ley para beneficiar a empresas del sector gasístico y eléctrico a cambio de copiosas mordidas.
Asombro y rápido remate a la red por cuenta de ministros y otros portavoces del Gobierno para instalar en el ánimo del personal la idea del empate. Traducción: si la corrupción descubierta en el seno Gobierno y el PSOE en boca del PP debía conducir a la dimisión de Pedro Sánchez, la que desvela el caso Montoro aunque pertenezca al pasado debería aparejar la renuncia de Núñez Feijoo. El uno por responsabilidad política no asumida, el otro por la misma responsabilidad política en su caso sobrevenida. En estos extremos se mueve la vida política española en las alturas. En otros niveles ,a ras de sociedad, lo que prima es el desencanto o el pasotismo. Al primero parece que se apuntan quienes peinan canas, el distanciamiento queda para los más jóvenes. Sólo estamos a mitad de legislatura pero no son pocos los que la dan por perdida.