Hervé Le Tellier publica “Todas las familias felices”, su libro más íntimo

Hervé Le Tellier publica “Todas las familias felices”, su libro más íntimo

Construir, oración a oración, palabra a palabra, el relato de una huida supone dejar pasar la voz interior, dar rienda suelta al espacio que antes tapaban los muros que uno mismo alza. “Todas las familias felices” (2024, Seix Barral) es esto mismo: ese trasvase de la huida o la explicación de la misma. También puede interpretarse, sencillamente, como la autobiografía del escritor, Hervé Le Tellier (París, 1957). Sea como fuere, por delante de estas definiciones impera una: la memoria. Porque, aunque nos esforcemos por acallarla, siempre regresa, si es que alguna vez se va de verdad.

El francés traslada a estas páginas la historia de su vida o, más acertadamente, la historia de su familia. Sin embargo, estas dos se entrecruzan casi sin remedio en una implicación emocional que afecta tanto a la infancia como al posterior desarrollo de su persona, tanto si es por exceso como por defecto. A causa de ello, esta es la novela más personal del prosista, bautizado ya como una de las figuras más presentes y fundamentales de la literatura contemporánea francesa. Con “La anomalía” (2020) obtuvo el Premio Goncourt, el galardón más destacado de las letras del país vecino, gracias a cuyo reconocimiento su popularidad ha logrado extenderse más allá de las fronteras nacionales.

Una de las claves del éxito de Le Tellier es que despierta una profunda admiración, no solo por el volumen de su trabajo escrito, sino también por las distintas facetas que reúne, todas ellas selladas en sus libros: crítico literario, matemático, periodista en “Le Monde”, entre otros diarios, editor de autores de la talla de Raymond Queneau o Georges Perec, y dueño de una extensa obra de poesía, ensayo, teatro y narrativa. Leer al escritor es profundizar en conocimientos de naturalezas, incluso, opuestas.

Gracias a la labor de la editorial Seix Barral, “No hablemos más de amor” (2023) y la citada “La anomalía” (2020), junto a “Todas las familias felices” (2024), han sido recientemente traducidas y traídas a España. No obstante, su trayectoria se remonta a principios de los noventa, desde los que ha ido desarrollando un importante catálogo en el que la ficción ha sido su herramienta fundamental. ¿A quién no le gusta imaginar lo que podría tener o haber tenido? Sin embargo, esto solo ha podido entenderse a partir de la última novela, cuando ha dejado de inventar escenarios y se ha enfrentado a la crudeza del suyo.

En “Todas las familias felices”, acoge sus emociones por primera vez desde un lugar cristalino, transparente. Y esto lo combina con un tono sobrio, directo y sencillo, al que se une esa documentación que caracteriza su estilo, arraigado a un conocimiento cultural y/o popular que lo enriquece. Precisamente así comienzan sus capítulos: valiéndose de las palabras de otros literatos para canalizar las suyas. La premisa más acertada para comprender el libro es una que enuncia él mismo: “Nunca nos libramos de lo que no hemos tenido”. En su caso (quizá en el de todos), asumir esta realidad se torna doloroso; más, cuanto más cerca se esté de esa “ausencia de”.

Las “ausencias” de Le Tellier tienen un síntoma común: comienzan en la familia. Lo primero que ofrece la lectura es una imagen del árbol genealógico del francés, que va saltando de integrante a integrante a través de bocetos que consiguen retratar los vínculos y caracteres de cada uno. Conforme lo explica, es fácil percibir que los lazos fraterno-filiales a veces son simples líneas sobre un papel, un trazo apenas visible que une su nombre al de otro.

Un padre ausente, un padrastro indiferente, una madre sin instinto materno o directamente sin instinto por amar, derivado o no de la enfermedad mental que padece. Estas son las primeras claves que el escritor da para acercar al lector a su infancia. Abandona cualquier tentación de victimizarse al recordar que, en realidad, no le faltó de nada; sin embargo, la certeza de que ya nadie de los implicados podrá leer la novela le permite distanciarse lo suficiente de lo vivido como para analizarlo y entender que quizá le faltaba lo más importante. Eso que todo el mundo da por hecho y que, realmente, no siempre se tiene: un hogar seguro.

Una persona no puede vivir desarraigada; sentir pertenencia es una necesidad inherente al ser humano. Cuando él consigue acceder a su propio mundo, abre las puertas para que los lectores comprendan que el amor materno y/o paterno deben ser el lugar seguro, al menos el primero. Cabría entonces preguntarse, por tanto, si existen las familias “felices”. Quizá la respuesta es más complicada que un “sí” o un “no”. Quizá la felicidad es un mero instante, una sucesión de momentos o una sensación experimental que no puede reducirse a un estado constante. Quizá el autor solo quería dejar constancia de las heridas que sobrevinieron a sus relaciones familiares y no abordar dilemas con tantos matices. No obstante, es difícil para un lector atento dejar escapar las reflexiones del francés, tan exactas como punzantes. Cuidar la infancia es necesario, contar con una red de apoyo que provea de cariño incondicional y altruista también. Hervé Le Tellier sabe que el adulto que es hoy es consecuencia del niño que fue.

“Me sobraba madre como para querer otra, pero soñé con otros padres” conecta con otro pensamiento del volumen: “No se libra uno con tanta facilidad de la fantasía de tener una familia”. El escritor afirma de la misma manera que “no me alineo con nadie. He decidido no ser nada (…) y disfrutar de ello, pues siento que me protege de la ilusión identitaria”. Estas conclusiones no se encuentran en prismas opuestos, sino que confluyen hacia un mismo lugar: ese deseo por construir lazos certeros, que no siempre proceden, de aquellos con los que se crece. “Todas las familias felices” es una confesión, es un soplo de aire fresco; en el fondo, no es más que un monólogo en el que el lector simplemente observa. Esta novela es la carta que Le Tellier le escribe a su niño interior. Sin embargo, es ahora el adulto el que conversa con él y le transmite un “te entiendo” literario a través de la memoria. La literatura lo hace fácil; nos acoge y nos entiende, nos ayuda a huir, pero también a volver, siempre lo hace.

@estaciondecult

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