“Orlando” de Händel en el Teatro Real: la psicosis de un soldado

“Orlando” de Händel en el Teatro Real: la psicosis de un soldado

El mes pasado, el escenógrafo ruso Kirill Serebrennikov representaba la ópera wagneriana “Lohengrin” como un gran sanatorio para víctimas de la guerra, en la Ópera de la Bastilla en París. Un hospital militar, heridos, soldados y Bolsas para cadáveres. Ahora, el director de escena alemán Claus Guth, en una producción del Theater an der Wien de la capital austriaca, hace hincapié en el estado mental de un soldado tras volver a la guerra de Vietnam –podría ser cualquier otra– en la ópera “Orlando” de Händel que se representa por primera vez en el Teatro Real.

El tema se remonta al poema épico caballeresco “Orlando furioso” (1516/1532) de Ludovico Ariosto, que también proporcionó el material para las óperas posteriores del compositor alemán, “Ariodante” y “Alcina”, ambas de 1735. Esta epopeya describe las aventuras del caballero bretón Roldán y el terrible frenesí en el que cae como consecuencia de su amor no correspondido por la princesa Angélica. Ella, sin embargo, ama al joven soldado africano Medoro. Al igual que Dorinda, que también siente mariposas por él. Tenemos un cuarteto en el que el héroe del título no consigue nada en el camino del amor. Solo el mago Zoroastro puede apaciguar su arrebato de celos e interviene repetidamente como mediador para aliviar la furia de Orlando.

Un soldado afectado por la guerra

Sin embargo, hay poca magia en el escenario giratorio de Claus Guth. Sobre él se levanta un edificio residencial moderno de dos pisos, hecho de hormigón, rodeado de plantas y palmeras, algo destartalado, como en un barrio periférico de Miami o quizás en Orlando mismo. Por debajo un garaje con el coche de Medoro junto con el “food truck” de Dorinda; por los lados una parada de autobús y las escaleras de la salida de emergencia. Por consiguiente, nuestro protagonista no es un caballero bretón, sino un soldado contemporáneo que ha vuelto trastornado de la guerra. Desde la primera escena, cuando Orlando lanza dardos afilados a un compañero de piso, queda claro que Guth quiere representar a un hombre traumatizado por la guerra, cuyos arrebatos de celos son tanto más imprevisibles y brutales.

Este Orlando recuerda naturalmente a Sylvester Stallone como John J. Rambo en la saga de acción estadounidense “Rambo” o a Travis Bickle, el protagonista de “Taxi Driver”, en el que –según mencionó Guth en la rueda de prensa– se inspiró para crear esta representación. En el ruinoso piso de Orlando hay cajas de pizza vacías y latas de cerveza. En la pared, las fotos de su adorada Angélica aligeran un poco la monotonía de esta vivienda. Empuña su metralleta y amenaza a cualquiera que se le acerque. Orlando está inmerso en un gris granulado y acosado por figuras con cabeza de lobo cada vez que le asaltan los recuerdos del conflicto bélico. Sombras de batallas en llamas aparecen en proyecciones de vídeo en la fachada de la casa, y el antiguo héroe se retuerce en el suelo o corre apresuradamente por la veranda para aterrizar finalmente en el tejado del “food truck” de Dorinda

Todos los personajes, a excepción del mago Zoroastro, son prisioneros de sus emociones en la obra de Guth. No es de extrañar que Angélica quiera escapar con Medoro, sobre todo porque Orlando se enfurece peligrosamente cuando se da cuenta de su relación amorosa. Haciendo un uso extensivo del elaborado escenario giratorio, el trío inicia una persecución por las empinadas escaleras exteriores de la casa, a través de la alargada veranda. El mago Zoroastro es el único capaz de domar hasta cierto punto el frenesí de Orlando. Sin embargo, es incomprensible el desdoblamiento que hace Guth de su papel en un reclutador de soldados sin escrúpulos y un borracho mendigo, que se tambalea por la escena, hace sus necesidades en una palmera y, por lo tanto, tiene que eructar en lugar de cantar su gran aria.

El antihéroe traumatizado por la guerra y un bloque de apartamentos de hormigón en lugar de paisajes bucólicos son las apuestas que a medida que avanzan las horas se hacen pesadas y algo monótonas. Quizás porque una cuando escucha música barroca –esto ya es un juicio personal– no se imagina soldados con metralleta ni el sonido constante de latas de cerveza.

El reparto es fantástico, especialmente el del contratenor francés Christophe Dumaux en el papel principal, que va de menos a más. La ridícula coloratura de su papel es como una plataforma de lanzamiento hacia la locura. Dumaux canta esta partitura, escrita en su día para Senesino, el castrato superestrella, con enorme flexibilidad. Dumaux también impresionó con un retrato creíble de lo que probablemente sea el cuadro clínico completo de la psicosis: el personaje de Orlando no está perdido, sino que muestra los rasgos desagradables y reprimidos de la personalidad de una persona perjudicada mental y físicamente por la guerra, para la que la realidad parece casi insoportable.

Los otros papeles no son tan amplios emocionalmente, pero la gran sorpresa de la noche fue la delicadeza lírica de la soprano italiana Giulia Semenzato como Dorinda. La soprano angloaustriaca Anna Prohaska como Angélica equilibra perfectamente emoción y seguridad vocal, pero con una escasa actuación. Su estado de felicidad y tristeza no se diferencia, siempre mismo tono y misma expresión. Vocalmente y dramáticamente magnífico el bajo barítono Florian Boesch. Y aunque el contratenor estadounidense Anthony Roth Costanzo no sobresalga especialmente, su canto fue más que correcto.

La música de “Orlando” es a menudo áspera y agitada. Händel también hizo que la orquesta acompañara muchos recitativos, lo que era inusual en la época, escribió algunas arias virtuosas, pero también mucho lirismo extendido, y corona el extraño final feliz (los muertos resucitan, Orlando renuncia al amor y probablemente volverá a empuñar la espada) con una escena de conjunto musicalmente magnífico. Y aunque Ivor Bolton sea un gran especialista en este repertorio, esta vez, al frente de la orquesta Titular del Teatro Real y del Monteverdi Continuo Ensemble, ofreció una lectura algo parsimoniosa y plana. Al menos en la representación del 4 de noviembre faltó algo más de rabia y furia en los compases finales del aria de la psicosis y paranoia del protagonista. Hubiera sido de más agrado mostrar musicalmente esa terrible oscuridad que se apodera de Orlando. Una velada emocionante (y recomendable), aunque no del todo convincente.

@estaciondecult | Foto: Javier del Real

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