Las voces inhumanas de Ermonela Jaho y Malin Byström conquistan el Teatro Real

Las voces inhumanas de Ermonela Jaho y Malin Byström conquistan el Teatro Real

Muy buena la decisión del Teatro Real de juntar dos monodramas tan crudos, universales y potentes como “La voix humaine” (“La voz humana”) de Francis Poulenc (1899-1963) y “Erwartung” (“La espera”) de Arnold Schoenberg (1874-1951) en esta nueva producción del coliseo marileño, en coproducción con Teatr Wielki de Varsovia (Ópera Nacional Polaca).

Muy mala esa especie de valentía de ubicar en medio “Silencio”, una obra –¿es eso una obra realmente? –, un monólogo graciosito de Rossy de Palma (a eso volveremos más tarde). La decisión de que este “producto” vaya entre dos inmensas obras es un buen ejemplo de una gestión provechosa en su bufet monetario y pésima en su condición de calidad.

La “La voix humaine” y la “Erwartung –cada una de una duración de entre 30 a 40 minutos– tienen sus diferencias, pero también sus similitudes. La primera, con libreto en francés de Jean Cocteau, basado en su obra de teatro homónima de 1930, se desarrolla íntegramente en un apartamento de París, donde una mujer llamada Elle (Ella) habla por teléfono con su amante, en un monólogo, quien está a punto de abandonarla. La soprano albanesa Ermonela Jaho fue esa Elle que tanto nos emocionó. Sorpresa ninguna. Jaho no decepciona: aunque, por el volumen de su voz, su proyección algo limitada y el timbre no especialmente bello, no destaquen sus técnicas vocales grandilocuentes, su capacidad de meterse en el papel es de tal magnitud que sobrecoge y emociona. Se desgarra en el escenario. Jaho fue Elle pero es que Elle también fue Jaho ayer.

Durante la conversación, se revelan las emociones crudas y desesperadas de Elle mientras intenta mantener a su amante al otro lado de la línea. A medida que avanza el soliloquio, la mujer revela la profundidad de su angustia y desesperación, llegando incluso al suicidio. Hay otro personaje más que en la ópera original realmente no aparece, pero Elle habla de ella, su amiga Marthe, que en este caso el director de escena alemán, Christof Loy, sí decide que esté presente. Rossy de Palma hacía de ese subconsciente –esto explicaba la actriz en la rueda de prensa– de Elle dando vueltas por la habitación sin sentido alguno. No por la actriz mallorquina, sino porque el montaje no funciona del todo. Si uno debe deducir por la escena y la actuación que se trata del subconsciente de Elle, desde luego no es tarea fácil. 

Ya conocemos el trabajo de Loy: sus producciones exploran las complejidades psicológicas de los personajes con el uso enfoque minimalista en el diseño escénico, optando por conjuntos simples y abstractos que se centran en la acción y los personajes. Esta estética minimalista permite que la música y la interpretación de los cantantes sean el foco principal de la producción. Tal descripción también pudo observarse en las dos obras. En “La voix humaine”, Elle se encuentra en una habitación de un piso con unas paredes altas y unos ventanales enormes, con las paredes blancas y una cocina pequeña al fondo de la izquierda. Elle (Ermonela Jaho) agarra el teléfono como una náufraga y da vueltas alrededor de la habitación durante los 40 minutos del monodrama. El lío con el cable del teléfono, larguísimo, que se mostraba era un jaleo y la que escribe esta crítica desconoce si Jaho se hizo un caos con la cuerda o es que estaba así planeado por la propia dirección de la escena. El caso es que la soprano se enredaba continuamente como en una especie de cadena, voluntaria o involuntariamente. El “hilo que nos une”, cantaba en un momento. Desde luego, lo del cable descoloca el espectador.

240322 lavozespera 3La partitura de Poulenc es altamente emotiva y dramática y refleja las intensas emociones de Elle. El compositor francés utiliza una variedad de recursos musicales para expresar el tormento interior de Elle, incluyendo cambios abruptos de dinámica, melodías angustiosas y armonías disonantes. La música está intrínsecamente ligada al texto y al drama de la obra, creando una atmósfera intensamente emocional que envuelve al espectador en la angustia y el desasosiego. Se pudo escuchar –en la función del 21 de marzo– una música espléndida de la mano del francés Jérémie Rhorer que supo conducir la Orquesta Titular del Teatro Real por las tinieblas de las emociones más oscuras. Tanto en esta, como en la “Erwartung”, buscó siempre el enfoque detallado en la interpretación musical y prestó atención a cada aspecto de la partitura, desde la dinámica hasta el fraseo, buscando una ejecución precisa y fiel a la intención del compositor. 

Amargura y desconsuelo

El amor, la soledad y la pérdida son también protagonistas en la otra parte de la velada. “Erwartung” es una ópera en un acto compuesta por Schoenberg en 1909, con un libreto escrito por Marie Pappenheim. Es una obra psicológica intensa y angustiosa que sigue a una mujer sin nombre (Die Frau, La mujer) que busca a su amante en un oscuro y misterioso bosque. No fueron los árboles protagonistas: se trataba de un apartamento, el mismo de la puesta de escena anterior, algo más logrado, con más detalles y un trabajo de luz magnífico. Lo del bosque se representaba en que los inmensos ventanales estaban abiertos y daban a un balcón con variada flora. 

A medida que avanza, la angustia y confusión de la protagonista se intensifican, y comienza a ver imágenes y escuchar sonidos perturbadores. La mujer se enfrenta a sus propios miedos, ansiedades y recuerdos reprimidos, lo que lleva a una espiral descendente hacia la locura. A lo largo de la ópera, Die Frau pasa por una serie de estados emocionales extremos mientras explora su propia mente y enfrenta las complejidades de sus relaciones pasadas y presentes. El amante en esta producción, por decisión de Loy, aparece físicamente, al igual que Marthe en la primera obra. Como cadáver, como un hombre que se lía un cigarro y se lo fuma en la terraza o como un trabajador en traje que vuelve a su casa. El subconsciente de la mujer lo muestra tal y como lo vemos, hasta llegar a un final sanguinario o quizás no tanto: ¿lo mató ella tal y como sugiere Loy, con el cuchillo en manos, o lo esperó angustiada para echarse en sus brazos?  

La soprano sueca, Malin Byström, fue la encargada de dar voz a esa mujer atormentada. La partitura es extremadamente exigente tanto para la protagonista, como para la orquesta, con cambios rápidos de textura y dinámica que agregan tensión y dramatismo. La voz de Byström está integrada de manera orgánica en el tejido orquestal, creando una experiencia auditiva intensamente visceral y emocional. Así lo hizo ella. Su voz tiene una calidad tan clara y brillante en los registros más altos –con una capacidad para proyectar tanto en pianissimo como en fortissimo– que ayer se marcó un papel magistral. A través de su canto, con cada frase de una expresividad conmovedora, capturando la esencia de la protagonista a nivel emocional, Byström estuvo a la altura de una obra compleja, cantando media hora un monólogo interior en un escenario que la ahogaba psicológicamente. Los espacios de Loy son así: dejan a uno luchar contra su propia mente. Amplias cajas, apartamentos, encerradas geométricamente. 

Tanto Ermonela Jaho, como Malin Bystöm hicieron unos papeles admirables. Dos monólogos, intensamente cantados e interpretados. Indudablemente supieron trasmitir la desesperación y la tragedia de las dos mujeres acongojadas. 

240322 lavozespera 2¿Qué decir de Rossy de Palma –que debutó en el coliseo madrileño– cuando tuvo a su lado (Jaho y Byströn) dos monstruos de la naturaleza? Si es que la actriz es muy divertida y sabe agregar un toque de comedia a sus interpretaciones. Tiene una expresividad facial muy suya, es capaz de transmitir una amplia gama de emociones a través de sus gestos faciales, desde la alegría desenfrenada hasta la tristeza profunda, lo que le permitió hacer la gracia y transmitir algún que otro mensaje “profundo” sobre el amor y el desamor, en otro monólogo (estreno absoluto) de 10 minutos intercalado entre las dos óperas, llamado “Silencio” (cosa extraña porque ni un segundo de silencio hubo). Rossy de Palma aparecía, delante del telón bajado, con un vestido blanco largo, hecho por ella misma, que ocupaba todo el escenario, se supone, según las descripciones, para crear una “exploración poética y teatral”. Hasta cantó. Casi nos vamos de chotis. Los textos eran suyos, de Oscar Wild y Brecht, entre otros. Establecía un diálogo con Christof Loy, el director de escena de esta producción, que sonaba por los altavoces en alemán y ella, chistosa, le preguntaba si puede repetir porque como que el alemán, no mucho. 

Todo esto está muy bien. Divierte, entretiene. Pero para otro contexto, otro escenario, otra producción, otra vida. Está muy bien querer conquistar el público con una actriz tan querida como contrapunto al drama del desamor, sin embargo, se pierde toda la esencia de dos obras con una magnitud grandiosa. No se puede meter tal barbaridad entre dos monodramas tan psicológicamente emocionantes y cargantes. Si una ya creía haberlo visto todo –entre violaciones y desnudos en el escenario–, lo de Rossy de Palma superó cualquier cosa. El único probable silencio es el que se le queda en una tras este show, para digerir la absurdidad de estos minutos. No cualquier proyecto se puede subir en un escenario, sobre todo en uno tan relevante, como es el Teatro Real. No lo digo por la “élite”, como tacharían algunos este comentario, sino más bien por lo que un espectador, pagando, espera ver. Y estoy segura que no es Rossy de Palma cantando –lo hizo lo mejor que pudo– y recitando versos de amor y la luna. 

Publish the Menu module to "offcanvas" position. Here you can publish other modules as well.
Learn More.