Hay noches en las que el arte se impone, con independencia de las imperfecciones que puedan rodearlo. La representación de “Don Giovanni”, el 10 de abril, de Mozart en el marco de la 58ª temporada operística del Teatro Pérez Galdós en Las Palmas de Gran Canaria fue una de esas noches.
La jovencísima soprano madrileña Alexandra Zamfira, en su debut absoluto en el rol de Zerlina y en este teatro lírico, firmó una actuación memorable que marcó un antes y un después en su incipiente carrera. Con una voz fresca, técnica sólida y una presencia escénica intuitiva, su actuación fue una de las más aplaudidas de la velada. El público, exigente pero justo, supo reconocer el talento emergente de una intérprete que apunta alto. Y aún podrá escucharla un noche más, el próximo sábado 12 de abril.
La historia de Don Giovanni –Don Juan– hunde sus raíces en la literatura del Siglo de Oro español. El libreto de Lorenzo Da Ponte, basado en la leyenda del libertino Don Juan, toma como punto de partida la obra “El burlador de Sevilla y convidado de piedra” (1630) de Tirso de Molina, que fue la primera en codificar al personaje como símbolo del seductor, desafiante de las normas sociales y divinas. Mozart, en uno de sus momentos más inspirados, dotó a esta figura de una complejidad dramática sin precedentes.
Estrenada en Praga en 1787, “Don Giovanni” es una ópera “dramma giocoso”, es decir, una obra que combina elementos cómicos y serios. Y lo hace con una maestría tal que cada cambio de tono se siente natural, inevitable. Desde la ligereza picaresca de los enredos hasta el estremecedor final, donde el protagonista es arrastrado al infierno por el espectro del Comendador, la ópera es un prodigio de arquitectura musical y teatral.
El director de escena Daniele Piscopo optó por comenzar con un recurso visual ambicioso: una proyección que recorre la evolución del amor y la seducción a lo largo de la historia. Desde el año 48 a.C. hasta 1656 d.C., las imágenes sugieren que Don Giovanni ha existido siempre, como una fuerza arquetípica. El mensaje es claro: no importa el año ni el lugar, Don Giovanni está presente donde haya deseo y transgresión.
No obstante, esta introducción audiovisual —aunque sugerente en lo conceptual— resta impacto a la magistral obertura de Mozart: el espectador, en lugar de dejarse arrastrar por los compases iniciales, se ve forzado a procesar una narrativa paralela que distrae más que aporta.
La escenografía, sin grandes alardes, cumple con dignidad. Un espacio escénico versátil, compuesto por muros con puertas móviles, permite una fluida circulación de los personajes. En el centro, un árbol con manzanas alude al Jardín del Edén. La simbología es rica: Don Giovanni como serpiente tentadora, el deseo como manzana prohibida… aunque la metáfora se diluye sin un desarrollo más claro. A lo largo de la función, efectos audiovisuales de eficacia desigual intentan reforzar algunos momentos clave.
El final, sin embargo, es uno de los grandes aciertos de la producción. El Comendador, iluminado en un rojo intenso, aparece elevado sobre una mesa, separado del resto del elenco por un muro que sugiere la frontera entre el tiempo terrenal y la eternidad. La escena en la que Don Giovanni se niega a arrepentirse y es arrastrado por fuerzas sobrenaturales hacia su condena es tan visualmente potente como musicalmente sobrecogedora.

En lo vocal, la función estuvo marcada por interpretaciones desiguales, pero también por momentos de gran belleza.
La soprano Alexandra Zamfira, como Zerlina, sorprendió gratamente. Su “Batti, batti, o bel Masetto” fue cantado con gran sensibilidad, frescura y dominio del fraseo. Zamfira supo captar la ingenuidad y astucia de su personaje, alternando coquetería y ternura con soltura. Su voz, clara y bien proyectada, promete grandes cosas. La soprano italiana Giuliana Gianfaldoni, en el papel de Donna Anna, fue la gran voz de la noche. Dueña de una técnica impecable, mostró un extraordinario control en las coloraturas y una presencia escénica imponente. En su aria “Or sai chi l’onore”, desplegó toda su potencia vocal y emocional. Su Donna Anna, herida pero decidida, fue el verdadero eje trágico de la función.
La soprano, nacida en Alemania, Carolina López Moreno encarnó a Donna Elvira con eficacia tanto vocal como dramática. Su interpretación de “Mi tradì quell’alma ingrata” combinó pasión contenida y dolor resignado, reflejando con sutileza la contradicción interna del personaje: una mujer atrapada entre el desprecio y el amor por un hombre que la ha traicionado.
En el apartado masculino, el nombre más esperado era sin duda el del barítono Carlos Álvarez, uno de los grandes intérpretes españoles de los últimos años. Su Don Giovanni fue elegante y escénicamente convincente, pero vocalmente se sintieron los estragos del tiempo. Aunque mantiene una línea noble, su voz ha perdido parte del volumen y la brillantez que lo caracterizaban. Algunas frases clave, como en el “Là ci darem la mano”, carecieron de la intensidad necesaria. Aun así, su experiencia y carisma sostuvieron el personaje con dignidad.
El gran triunfador masculino fue el tenor italiano Marco Ciaponi, como Don Ottavio. Pocas veces se escucha una versión tan refinada y emocionante de “Il mio tesoro”. Con una voz luminosa, bien colocada y de impecable afinación, Ciaponi fue recompensado con prolongadas ovaciones. Es uno de esos tenores que no solo canta, sino que transmite. El bajo español Rubén Amoretti, como Leporello, dominó el escenario con soltura y gracia. Supo equilibrar el humor del personaje con una inteligencia actoral. Su “Madamina, il catalogo è questo” fue preciso y divertido, con gran dicción y excelente manejo del ritmo.
El bajo argentino Max Hochmuth, debutando en el rol de Masetto, cumplió con profesionalidad. Aunque sin brillar especialmente, sostuvo su papel con firmeza y estuvo a la altura de un elenco vocal notable.
El joven director musical Leonardo Sini, con poco más de treinta años, tuvo ante sí un desafío monumental. Don Giovanni no es solo una ópera compleja: es una montaña emocional y técnica que exige madurez interpretativa, valentía rítmica y una profunda comprensión de los matices dramáticos.
Sini demostró sensibilidad y un gran respeto por la partitura, acompañando con corrección a los cantantes. El primer acto resultó algo contenido, falto de fuerza en momentos clave. Sin embargo, en el segundo acto mostró más determinación y mejor balance orquestal. Como decía un amigo crítico veterano entre los pasillos: “Todo llegará. No se escala el Himalaya de primeras. Y “Don Giovanni” es el Himalaya”. Y no le falta razón. Le seguiremos la pista a este joven director.
La producción de “Don Giovanni” vista en Las Palmas ha sabido poner sobre el escenario la esencia atemporal del mito de Don Juan, entre aciertos visuales, riesgos conceptuales y, sobre todo, un reparto vocal de calidad con nombres jóvenes que entusiasman.
Ver a una artista como Alexandra Zamfira debutar con tanto arrojo y musicalidad, o escuchar a Marco Ciaponi bordar sus arias con semejante elegancia, son razones de peso para recomendar esta función. Es reconfortante comprobar que la ópera, en manos de una nueva generación de intérpretes, sigue viva y vigente. Y que Mozart, con más de dos siglos de distancia, sigue vigente, porque pocos compositores como él logran, una y otra vez, que el alma humana se escuche en cada compás.