Otro escándalo, y a Sánchez le resbala

Otro escándalo, y a Sánchez le resbala

Pedro Sánchez ya no gobierna: se atrinchera. No comparece, no responde, no asume. Solo sobrevive, rodeado de tramas, sumido en el fango de su propio poder y envuelto en el silencio cómplice de un PSOE que ya no representa ni a sus siglas. El caso de Santos Cerdán no es un episodio aislado. Es la enésima mancha en una tela que hace tiempo dejó de ser roja para teñirse de gris oscuro, casi negro, como el estado moral de este Gobierno. Y mientras cae el secretario de Organización, salpicado por un informe de la Guardia Civil por presuntas mordidas, el Presidente del Gobierno no mueve un músculo. Nos lanza otra maniobra de distracción: una auditoría. Como quien rocía ambientador en un vertedero.

El cinismo ha alcanzado un nuevo nivel. Sánchez anuncia una auditoría externa como si estuviéramos ante una cuestión contable, como si el problema fuera un decimal mal apuntado y no una estructura de partido podrida hasta la médula. Dice que es “para eliminar cualquier sombra de duda”. ¿Sombra? Estamos en plena noche cerrada. Y no por falta de luz, sino porque se han encargado de apagarla. ¿Dónde está la regeneración que prometieron? ¿Dónde la ejemplaridad? Lo único que regenera el sanchismo son excusas, maniobras y comunicados vacíos de contenido y llenos de propaganda.

Cerdán cae por un escándalo gravísimo de corrupción y Sánchez actúa como si fuera una baja administrativa. No ha nombrado sustituto, no ha reformado nada, no ha explicado nada. Porque no quiere hacerlo. Porque no necesita hacerlo. Porque tiene a su alrededor una jauría de leales, de socios mercenarios, de medios obedientes y de opinadores subvencionados que le permiten vivir en una burbuja donde la responsabilidad política es un concepto decorativo.

Y mientras tanto, el país asiste impasible a este hundimiento ético. Con un Parlamento convertido en mercado de favores, donde Bildu y Esquerra son tratados como estadistas y no como lo que son: partidos que jamás han creído en la soberanía nacional ni en el Estado de Derecho. Son los mismos que sostienen a Sánchez a cambio de privilegios, impunidad y dinero. Concesión tras concesión, humillación tras humillación. ¿Dónde están los principios? ¿Dónde está el límite?

Pero no hay indignación, porque no hay altavoces que la estimulen. RTVE ha sido colonizada hasta el esperpento, convertida en agencia de desinformación del Gobierno. No se investiga: se encubre. No se informa: se repite el argumentario. Y fuera del ente público, una legión de medios afines y opinadores descarados que actúa como blindaje propagandístico, como muralla de tinta y píxeles contra cualquier crítica. Nos venden humo, nos infantilizan y nos adoctrinan. Porque la prioridad no es informar, sino sostener al líder.

Este no es un caso más. Es el retrato de un sistema político secuestrado. Un presidente alérgico a la verdad, un partido secuestrado por su vanidad, unos socios entregados al chantaje y una prensa desnaturalizada. España es hoy un país gobernado desde la mentira, apuntalado por el miedo al qué dirán y mantenido por una red de intereses que se retroalimenta a costa del contribuyente.

Sánchez sabe que no dimitirá porque nadie se lo exige. Porque la oposición es demonizada, la calle está dormida y las instituciones, paralizadas. Porque se ha roto el equilibrio, se ha silenciado el debate y se ha criminalizado la disidencia. Porque quien alza la voz es señalado, y quien se resigna, recompensado. Y así, entre la resignación y la propaganda, el sanchismo se hace fuerte en la indecencia.

No es ya una cuestión de ideología. Es una cuestión de dignidad. Y lo que hoy está en juego no es una legislatura: es el alma misma de nuestra democracia.

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