Hierve la sangre

Tras la II Guerra Mundial, los aliados victoriosos justificaron su inacción frente a las matanzas de los campos de exterminio nazis en el hecho de que las desconocían.
También los civiles alemanes residentes en las proximidades de aquellas fábricas de muerte, sobre cuyas casas, jardines y campos caían las pavesas de los incinerados en los hornos crematorios como nieve siniestra, y a los que llegaba el hedor indescriptible de los cadáveres amontonados, negaron su conocimiento de lo que en ellos sucedía. Hoy nadie podría argüir, ni echando mano de excusas tan mendaces, que no sabe lo que ocurre en Gaza.
Todo el mundo sabe, porque lo ve diariamente en los noticiarios, lo que está haciendo allí el ejército criminal del criminal Netanyahu, y nadie hace nada. La mayoría, la mayor parte de la humanidad, porque no puede, y los gobiernos, porque no quieren, porque les intimida la potencia que alimenta la letalidad enloquecida de ese ejército, o, sencillamente, porque no tienen ni corazón, ni honor, ni vergüenza. De todos esos gobiernos inanes, los agavillados en la Unión Europea son los que exhiben mayor indecencia: mantienen al genocida como socio privilegiado, miran para otro lado, su jefa von der Leyen no oculta su adhesión incondicional a Israel, permiten que sus nacionales sean abordados y secuestrados en aguas internacionales cuando tratan de llevar socorros en las flotillas humanitarias, dejan solos a los que de entre ellos, los gobiernos de España o Irlanda, han intentado plantar cara mancomunada a la barbarie.
A cualquier persona digna de ese título, de esa condición, le hierve la sangre al asistir impotente a ese sindiós de destrucción, limpieza étnica y asesinatos masivos de civiles, a los que si no matan las bombas, las balas o las enfermedades, les Mata el hambre inducida. Un centenar de niños mueren al día en Gaza de inanición, y los que sobrevivan arrastrarán de por vida las secuelas del raquitismo y del horror. Porque quienes podrían detener esa masacre no quieren, a los que no pueden les hierve un día y otro, constantemente, la sangre.