Franceses

Soy muy de pasear por Madrid, de acudir al teatro y de, a la salida, darme una vuelta por el barrio de las Letras, y no me he tropezado, ni esta semana, ni en los treinta años anteriores, con ningún francés borracho.
Recuerdo, eso sí, en días de partidos de fútbol, abundantes muestras de ebriedad británica. Nunca franceses. Y a un irlandés, forofo del Bohemians, recuerdo que hubo que disuadirlo, porque quería casarse con la Cibeles, y comenzó la petición de mano metiéndose en la fuente hasta que fue detenido por la Policía.
Si yo hubiese sido embajador de España en Francia, y hubiera tenido que aguantar, durante quince días, la acusación de que los españoles venían a emborracharse a París, creo que hubiera presentado una nota de protesta ante el ministerio de Asuntos Exteriores. Ignoro si el embajador francés en España, ante la presumible falsedad de la leyenda de franceses con tanto alcohol en la sangre como llevan las guindas al aguardiente, ha llevado a cabo alguna iniciativa de este tipo, pero puede que Monsieur l'ambassadeur, Jean-Michel Casa, haya considerado oportuno esperar a que la mentira pierda fuelle, y se desfleque ante la abrumadora falta de pruebas. Al fin y al cabo, al estar casado con una señora italiana y hablar con fluidez, tanto El Español como la lengua de Dante, sabe algo de nuestros excesos fantásticos e imaginativos.