España no es el problema

 España no es el problema

España no constituye un problema para la mayoría de los españoles, pero lo es para una minoría.

Una minoría empoderada políticamente en razón de la dependencia que tiene Pedro Sánchez de sus votos. Si se ajusta a la realidad la reflexión a la que llegó Emiliano García-Page, presidente de Castilla-La Mancha, tras asistir a la Conferencia de Presidentes celebrada en Barcelona -"España es un puzle roto con muchas piezas averiadas que habría que recomponer"- quiere decirse que vamos mal.

Mala deriva política y malos gobernantes. Difícil empeño el de recomponer la situación -como también señaló- porque el país esta prisionero de un ambiente de frentismo "asfixiante" que hace estéril cualquier intento. El diagnóstico es pesimista. El dirigente socialista -verso crítico no adscrito a la ortodoxia sanchista- echa en falta algo fundamental: voluntad inicial de acuerdo. Si el diagnóstico resulta inquietante, la conclusión en torno a una posible salida es descorazonadora.

Lejos quedan los días conciliadores que abrieron el camino a la actual Constitución, días de generosidades y renuncias. Visto con perspectiva se podría decir que fue un error confiar en que las fuerzas periféricas centrífugas -sobre representadas en el Parlamento merced a la Ley Electoral- no se saldrían del marco constitucional. Algunas de ellas lo intentaron en ocasión del golpe del "procés". La diversidad no es problema allí donde prima la lealtad. Es lo que se echa de menos en tantas ocasiones en las que, como apunta García-Page, el punto de partida es la falta de voluntad de acordar, de concebir la política como confrontación, como problema del que se puede vivir y hasta progresar defendiendo intereses estrictamente de partido al margen o incluso en contra del interés general del país.

En ese registro de insolidaridad permanente viene orbitando la actuación de los grupos separatistas en lo que llevamos de legislatura, explotando al máximo la precariedad parlamentaria del PSOE, urgido de contar con sus votos para seguir apuntalando la Presidencia de Pedro Sánchez. El diagnóstico de García-Page no anima al optimismo. Hasta que la izquierda democrática no reconozca el derecho a la alternancia que también asiste a la derecha no se reducirá la polarización que tensa la vida política del país ni se podrá avanzar en la recomposición del puzle. Pero, digámoslo con claridad: el problema no es España.

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