Si ahora alguien pidiera que pensáramos en una novelista chilena, inevitablemente surgiría -con el permiso de Gabriela Mistral- el nombre de Isabel Allende (Lima, 1942): pocos dudan de que ella es la autora chilena más reconocida a nivel internacional.
Este reconocimiento se consolidó en 1982 con la publicación de su primera novela, “La casa de los espíritus”, coincidiendo con el año en que Gabriel García Márquez, el principal exponente del boom latinoamericano, recibió el Premio Nobel de literatura. La coincidencia no pasó desapercibida para la crítica, que desde el inicio observó en la novela de Allende una relación de duplicidad antagónica con “Cien años de soledad” (1967) de García Márquez. Ambas obras cuentan la saga de dos familias, la colombiana Buendía y la chilena Trueba, que entrelazan hechos históricos con elementos mágicos propios del realismo mágico latinoamericano.Para Allende, este éxito y diálogo literario con García Márquez significó su inclusión inmediata dentro del realismo mágico y del boom latinoamericano. Las críticas del momento y los estudios posteriores resaltan la influencia profunda de Márquez en “La Casa de los Espíritus”, estableciendo un juego intertextual donde la novela de Allende responde y, a la vez, se contrapone a su predecesora.
Cuarenta años después de ese debut, Allende regresa con una novela histórico-romántica que rápidamente se ubicó entre los libros más vendidos de este verano. Desde los años 80, ha publicado más de treinta libros traducidos a cuarenta y dos idiomas, con ventas que superan los ochenta millones de ejemplares, no se le puede discutir su estatus de autora bestseller.Su más reciente obra, “Mi nombre es Emilia del Valle”, (Plaza & Janés, 2025) llegó a las librerías puntualmente el pasado mayo y pronto apareció en las listas recomendadas para lecturas veraniegas. La novela sigue a Emilia, una joven periodista estadounidense de San Francisco en el siglo XIX, que, tras demostrar su talento precozmente, es enviada como corresponsal para narrar desde el terreno la guerra civil chilena. En su viaje, Emilia no solo reporta la historia, sino que también explora sus raíces personales y vive un intenso romance que transformará su vida.Es sencillo entender por qué esta historia atrae a tantos lectores. Allende parte del complejo contexto histórico de Chile, y convierte hechos reales que podrían parecer densos en un relato accesible y emotivo. Como en muchas de sus novelas anteriores, sus protagonistas son mujeres que enfrentan grandes adversidades, pero que muestran fuerza y capacidad para cambiar su destino. Por eso, el público internacional, sobre todo femenino y poco familiarizado con la historia chilena, logra identificarse con estas figuras y se siente atraído por la narración.
Esta última novela también permite revisar una crítica recurrente hacia el estilo de Allende. Mientras que en el mundo editorial es ampliamente valorada, la academia a veces la califica como antiintelectual, argumentando que su popularidad se debe en parte al exotismo de su país natal, al exilio político de su familia y a su renombrado apellido. Isabel Allende es sobrina en segundo grado de Salvador Allende, presidente derrocado en 1973 tras el golpe de Pinochet.
La autora basa gran parte de su obra en su experiencia personal. El pacto autobiográfico que establece con sus lectores concede a sus escritos un efecto de sinceridad y veracidad que invita a una empatía profunda. En sus inicios, la presencia en Europa de un familiar tan cercano a Salvador Allende, que pretendía novelar un siglo de historia chilena, generó fascinación y altas expectativas. Durante el régimen pinochetista, sus obras sirvieron para visibilizar los males de la dictadura ante un público mundial que muchas veces desconocía este pasado.
La fórmula de Allende explota un nuevo tipo de sentimentalismo literario, inspirado en la poesía de Pablo Neruda, en el que el amor se convierte en eje fundamental. Sus relatos combinan fuerza emocional con un estilo popular y teatral, y su alianza con periodistas le permite legitimar su visión literaria sobre la historia de Chile, aportando una valiosa dimensión social y política a sus novelas.
Isabel Allende continúa siendo una narradora capaz de mezclar historia, emoción y compromiso, construyendo un puente entre la literatura y la memoria colectiva latinoamericana, siempre con un pulso accesible y profundamente humano.