Se ha escrito tanto sobre Cervantes y su obra magna “Don Quijote de la Mancha”, que en un primer momento podría pensarse que “El verano de Cervantes” (Seix Barral, 2025) el particular ensayo de Antonio Muñoz Molina (Úbeda, 1956) tiene poco que aportar a lo escrito hasta ahora. Nada más lejos de la realidad. El autor jienense brinda un aspecto original que solo él posee: su historia personal con Cervantes. El libro es el resultado de toda una vida leyendo “Don Quijote”.
Muñoz Molina es sobradamente conocido como literato, articulista y en su faceta de académico en la RAE. Pero antes de ser escritor, antes de que le llegaran los reconocimientos –Premio Planeta, Premio Príncipe de Asturias de las Letras, entre muchos otros– fue un desocupado lector. De niño, devoraba los libros que encontraba por casa sin el filtro de calidad que se adquiere con la edad. Tebeos, novelas por entregas del Oeste o de policías y, entre todos estos libros, su primer “Quijote”, que leyó a sus diez años, antes de conocer su fama.
El novelista conectó inmediatamente con el mundo del Quijote porque desde el primer momento se le hizo familiar. Antonio Muñoz Molina es hijo de hortelanos, y según relata en “El verano de Cervantes”, resulta que su realidad inmediata no se alejaba demasiado de aquella del siglo XVII. Cuando Antonio leía a los personajes del Quijote, él veía a miembros de su familia. La imagen de Sancho montado en burra le recordaba a su abuelo. Las herramientas agrícolas que se describían en las ventas eran las mismas que todavía utilizaban sus familiares. Todo en la obra cervantina, desde su vocabulario hasta sus imágenes, era reconocible para el pequeño Muñoz Molina. Desde esa primera lectura a los diez años, sintió una conexión especial con el mundo rural cervantino y “Don Quijote” se convirtió en una lectura recurrente, un libro inagotable con el que el mismo novelista fue creciendo.
“El verano de Cervantes” es un ensayo sobre “Don Quijote”, pero también un elogio al arte de la novela. Durante la escritura del libro, Muñoz Molina salta entre los recuerdos de su infancia y las memorias de otros autores como Melville, Thomas Mann, Mark Twain, Balzac o Joyce, a quienes la prosa cervantina también ha inspirado. Su objetivo es explorar la estela cervantina a la vez que entiende la influencia del autor en otros autores internacionales y en sí mismo. De fondo se encuentra, como uno de los temas del ensayo, el poder de influencia que tienen las ficciones en las mentes de los lectores.
Las aventuras de Don Quijote suceden fundamentalmente durante el verano. El tiempo estival es también el más adecuado para su lectura, pues permite la conversión en un desocupado lector, libre de responsabilidades o preocupaciones. Para el autor existen dos veranos: los dedicados a la invención y escritura, y aquellos empleados en la vagancia y la lectura. Leer plenamente una obra de ficción requiere la misma energía mental que escribirla. Las grandes obras son aquellas que se prestan a infinitas lecturas y a nuevos descubrimientos de uno mismo en el acto de leer.
Antonio Muñoz Molina se ha entregado a las aventuras cervantinas con la misma felicidad incondicional que brota en el acto creativo de la escritura durante diez años desde que comenzó a tomar las notas para este peculiar ensayo, y el resultado es una obra espléndida. “Sola la vida humana corre a su fin ligera más que el tiempo”; así dice Cervantes escondido tras el historiador Cide Hamete sobre el final del gobierno de Sancho en la ínsula Barataria. La vida corre para todos. El tiempo de lectura termina con el regreso de las responsabilidades, pero, esta vez, cargando con las enseñanzas aprendidas. La prosa de Muñoz Molina ilumina el camino a la pasión literaria; para los desocupados lectores de este y de los futuros veranos, hay también un Quijote en un arcón perdido de la casa de los abuelos esperando a ser desempolvado.