El fenómeno de llevar vestidos lenceros por encima de otras prendas ha saltado de las pasarelas a las redes sociales y, de ahí, a la calle.
En un ecosistema de tendencias que circulan a la velocidad de un scroll, esta propuesta se impone por su capacidad de transformar un look invernal sin renunciar al carácter sensual del encaje.
La clave está en el choque de texturas. El encaje abandona su lectura romántica y se combina con tejidos opacos y resistentes: denim, cuero y punto grueso. El resultado equilibra sofisticación y funcionalidad, permitiendo superponer el slip dress sobre jerséis de lana o cárdigans robustos, con vaqueros asomando bajo el dobladillo.
Las prescriptoras de estilo en la Semana de la Moda de Copenhague dieron el empujón definitivo a la tendencia, mezclando delicadeza y volumen: encaje con denim ancho, lencería con chaquetas moteras. La fórmula se volvió viral y empezó a replicarse en el street style europeo, incluida Madrid, consolidando el vestido como pieza protagonista del conjunto.
Lo que antes se reservaba al pudor íntimo ahora reclama visibilidad. El vestido lencero funciona como una capa exterior que aporta brillo y estructura al look, sin perder comodidad. La silueta ligera del slip se endurece con prendas utilitarias, logrando un equilibrio contemporáneo entre sensualidad y abrigo.
Para iniciarse, conviene elegir un vestido de encaje en tonos neutros —negro, blanco o nude— y combinarlo con básicos atemporales. Un jersey de punto, unos vaqueros rectos y una cazadora de cuero bastan para construir una propuesta versátil. El objetivo: dejar que el encaje hable por sí mismo y jugar con proporciones y capas según la temperatura.
Puede que el auge sea coyuntural, pero su lógica de superposición ha demostrado utilidad: actualiza el armario de frío con una pieza que, bien combinada, se adapta a múltiples escenarios. Si el otoño-invierno pide abrigo, el slip dress responde elevando el look sin renunciar a la funcionalidad.