“Vida contemplativa”: Byung-Chul Han se hace zen

“Vida contemplativa”: Byung-Chul Han se hace zen

Las primeras obras aparecidas en España del germano-coreano Byung-Chul Han (Seúl, 1959) –La sociedad del cansancio (2012), La sociedad de la transparencia (2013) y, sobre todo, La agonía del Eros (2014)– tuvieron el efecto de una detonación; eran textos en donde se dibujaba, en su cruel desnudez, la decadencia de las sociedades occidentales, por causa de la autoexplotación de los sujetos en aras de la eficiencia y por causa de la transformación de los usos amorosos en una suerte de prácticas entre el narcisismo y su degradación en objeto de consumo. Eran libritos de unas cien páginas, publicados por la editorial Herder, en una colección que dirigía Manuel Cruz, quien tiempo después presidiría por unos meses el Senado.Ni la editorial ni la colección se han caracterizado por sacar volúmenes destinados al gran público, pero la fama de “autor secreto” de Byung Chul Han logró en estos ensayos una difusión que rara vez

tienen los libros de estas características. En sus primeros volúmenes el coreano había puesto el dedo sobre heridas lacerantes de nuestro tiempo y lo había hecho de una manera completamente novedosa: ahí no se veía un poso de filosofía conservadora, no había, por decirlo impropiamente, ninguna rebaba reaccionaria, por más que muchas de las conclusiones pudieran ser comunes con cierta tradición cristiana (no en vano Herder es una editorial con amplios fondos de pensamiento teológico). A la vez, en esos escritos se señalaba como uno de los responsables de aquellos problemas a la sociedad neocapitalista: con esto, otro espectro de lectores podría sentirse en casa con la lectura. Aunque lo verdaderamente cautivador de esos libros radicaba en que eran –o al menos lo parecían– verdaderos, decían verdad.


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Y el autor coreano correspondió a ese interés con nuevos volúmenes: más de una decena de libritos, todos de cien páginas, todos con el mismo lenguaje asertivo y una exposición circular, justamente oscuros y con una mezcla de citas clásicas con referencias más actuales. Cada entrega abordaba un nuevo ámbito: la naturaleza, la belleza, la ritualidad, la muerte, etc. Los primeros textos parecían aportar algo impensable en el mundo del pensamiento débil: una filosofía articulada y global. Algunos creían ver un sistema sobre base de corte hegeliana (con términos binarios: positividad y negatividad), con la persona como entidad casi aristotélica, caracterizada por una importante dimensión simbólica y por cierto personalismo que se abordaba desde un acercamiento novedoso y, desde luego, experiencial. Parecía, en efecto, ofrecer una respuesta a cada problema de acuerdo con una forma superior del pensamiento. Y, sin embargo, la lectura de sus últimas obras –singularmente el libro que aquí se reseña “Vida contemplativa. Elogio de la inactividad” (Taurus, 2023)– revela, más bien, las fallas.

La tesis de este libro de alguna manera había sido abordada en obras anteriores. Para este escritor la autoexplotación del sujeto en las sociedades modernas supone la ecuación entre ser humano y ser activo: en estas sociedades una persona es propiamente tal cuando está produciendo. Frente a eso, el coreano afirma que la inactividad –es decir, lo que “no sirve para nada”– es lo verdaderamente humano. Solo la meditación asociada a la inactividad ofrece un sentido, un significado humano a la actividad.

Por eso “las acciones forman la historia, pero la cultura deriva de la inactividad que da sentido al todo”. En este contexto la obra aborda el sentido de la meditación, el valor del silencio e, incluso, la relación con la naturaleza. Es, en estas derivaciones de la idea principal, donde el lector puede encontrar conclusiones más inasumibles. Porque lo que se ofrece es una suerte de panteísmo sin yo que parece ser el resultado de un “pastiche zen” en donde el autor aboga por una suerte de meditación formal, sin un contenido objetivo. Ahí, en esta línea, pensamientos de una radicalidad de difícil defensa por ser contrarios a la más primaria experiencia y que, por tanto, parecen dar el salto hacia una gnosis más relacionada con una religión que con la filosofía: “El primero de los principios de la agricultura-del-no-hacer es el no laboreo, esto es, no arar ni voltear el suelo. Durante los siglos los agricultores han supuesto que el arado es esencial para cultivar las plantas. Sin embargo, el no laboreo es fundamental para la agricultura natural. La tierra se cultiva a si misma de forma natural.”

A cada nueva entrega se deshace esa impresión de pensamiento fuerte y aparece, en cambio, la de estar ante un sincretismo de filosofías orientales-occidentales. Solo el tiempo –y las nuevas obras que, a buen seguro, habrán de llegar– nos dará la respuesta.

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