“Pícnic”, un almuerzo entre ruido de metralletas

Fernando Arrabal Terán (Melilla, 1932) es uno de los dramaturgos contemporáneos más conocidos de España. Premio Nacional de Teatro en dos ocasiones y representante del teatro del absurdo, Arrabal fundó con Roland Topor y Alejandro Jodorowski el movimiento Pánico. El melillense ha publicado libros de poesía, novelas y ensayos. También se ha dedicado al cine (“Viva la muerte”), aunque es reconocido especialmente por sus méritos en el teatro. Algunas de sus obras teatrales más destacadas son “Fando y Lis”, “El triciclo”, “El laberinto” y “Pícnic”. Sus piezas siguen recorriendo continentes, desde Japón hasta Israel, dirigidas por compañías teatrales de todo el mundo.
El soldado Zapo está solo en el frente de batalla. Menos mal que sus padres, los señores Tepán, han decidido tener con él un día de pícnic. La reunión familiar es interrumpida por un soldado enemigo, Zepo. Tras capturarlo, la familia permite que el soldado se una a la comida en medio del campo de batalla. Estos cuatro personajes disfrutan de su compañía y reflexionan sobre lo absurdo que es el conflicto. Su mantel de cuadros lleno de comida y bebida es un escudo que aísla a estos personajes inocentes del exterior. La canción que vaticina la muerte, compuesta por el ruido de las bombas y las ametralladoras, no llega a sus oídos hasta que es demasiado tarde.
“Pícnic” o “Pícnic en el campo de batalla” es el texto más representado de Arrabal. Sí, es la obra de teatro más representada del autor español más representado. Por si no fuera suficiente, es uno de sus primeros textos. Pocos artistas escriben una obra maestra con veinte años, pero este fue el caso con “Pícnic”. El motivo de la esperanza de vida tan larga de este espectáculo es evidente: el público actual, en un panorama sociopolítico de conflicto, todavía conecta con la satirización de la guerra desde el absurdo. Corren y correrán ríos de tinta sobre cada aspecto que hace maravillosa la propuesta escénica de Arrabal porque sus temas siguen tan vigentes hoy como hace setenta años. “Pícnic” seguirá representándose hasta que el conflicto bélico se extinga en todo el mundo, o lo que es lo mismo, se representará “in aeternum”.
El teatro del absurdo de Arrabal se cimenta sobre los principios de crueldad de Antonin Artaud. El actor y dramaturgo francés fue una enorme influencia en el teatro del melillense, especialmente durante su juventud. Arrabal persigue el mismo deseo expresado por Artaud en su manifiesto: “Quisiera escribir una obra de teatro que incomode a los seres humanos, que sea como una puerta abierta y que los lleve donde ellos jamás querrían llegar; directamente a una puerta abierta que los enfrente con la realidad”: así [lo] hace “Pícnic”.
Enfrentó al público español con la realidad de la dictadura franquista, eludiendo la censura mediante el absurdo. Y enfrenta hoy al Siglo XXI con su inestabilidad política inmediata, sea en Ucrania o en la frontera de Gaza. Ahí está la verdad incómoda tras su arte: el individuo es víctima del órgano de poder que lo utiliza como herramienta, e ignora esta condición hasta que la canción de muerte llama a sus puertas. Arrabal nos advierte de que todos participamos en la “danse macabre” que distrae nuestros sentidos y nos deja sin una vía posible de disidencia. Vivimos la fiesta hasta que, al final, el ruido de las bombas y las ametralladoras nos alcanza. Y cae el telón.
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