Félix Bolaños: el hombre, el mito, la estampita del cinismo político

Félix Bolaños, ministro de Presidencia, Justicia y Relaciones con las Cortes, se ha ganado un lugar en el panteón de los grandes adalides del “todo vale” en política. Este hombre, que ha hecho de la obediencia a Pedro Sánchez su principal mérito, ahora nos ilumina con su cruzada en favor de la libertad de expresión, que no es más que un eufemismo para justificar la burla sistemática a lo que muchos consideran sagrado.
Pero no nos equivoquemos, Bolaños no siempre fue el profeta de la modernidad. Antes de erigirse en defensor de la creatividad sacrílega, Félix trabajó en un despacho de abogados y en el Banco de España, lugares donde, según parece, no tuvo oportunidad de desplegar su creatividad humorística. Porque, admitámoslo, a nadie le haría gracia un asesor financiero que confunda la contabilidad con la comedia.
Mírenlo bien en las fotos: ese peinado recto, más previsible que su discurso; esas gafas que pretenden añadirle seriedad, pero que no logran ocultar la vacuidad de su retórica; ese gesto con la mano, como si estuviera repartiendo verdades eternas cuando lo único que hace es repetir el argumentario del día. Félix Bolaños no tiene un estilo propio; tiene el estilo del oportunismo político hecho carne. Es el prototipo del tecnócrata gris, ese que siempre está en el lugar adecuado para servir al poder, pero nunca para desafiarlo.
Ahora Bolaños nos dice que “no puede haber delito en hacer humor”. Por supuesto, lo dice mientras defiende que convertir el Sagrado Corazón de Jesús en una broma durante las campanadas de fin de año no solo es legítimo, sino una obra maestra de la creatividad. Pero cuidado, porque si mañana alguien osara bromear sobre las alianzas tóxicas de su Gobierno o sobre los casos de corrupción que rodean al PSOE y al matrimonio PedroBegoño, ¿cuánto apostarían a que esas risas serían rápidamente tachadas de discurso de odio?
La libertad de expresión, para Bolaños, parece ser un derecho selectivo. Puedes reírte de la fe de millones de personas, siempre que esa fe no sea en los principios progresistas que él defiende con más fervor que coherencia. Porque, al final, todo este discurso del humor y la creatividad no es más que un disfraz: el verdadero objetivo es banalizar todo aquello que no encaja en su agenda ideológica.
Si el Sagrado Corazón de Jesús puede convertirse en estampita humorística, ¿qué tal si hacemos lo mismo con el propio Félix Bolaños? Imaginemos una estampita del ministro, con su mano extendida como si estuviera impartiendo bendiciones laicas, rodeado de palabras como "ultra", "progreso" y "diversidad", esas que tanto le gusta repetir sin que tengan demasiado sentido. Podríamos llamarlo San Félix de las Contradicciones, patrón de las leyes que nadie pidió y de los discursos que nadie cree.
Por supuesto, su halo no sería dorado ni sagrado. Sería más bien un gráfico de barras, representando las encuestas en las que el PSOE lucha por no hundirse. Porque, al final, el verdadero evangelio de Bolaños no es el humor, ni la libertad, ni siquiera el respeto. Su único credo es la supervivencia política a cualquier precio.
¿Y qué decir de sus palabras? Ese tono condescendiente, esas declaraciones grandilocuentes que tratan de esconder la falta de sustancia detrás de un barniz de corrección política. Nos habla de “respetar profundamente la libertad religiosa” mientras justifica mofas públicas hacia símbolos que los creyentes consideran sagrados. Nos dice que los “ultras” quieren dividir la sociedad, pero no menciona que su propio partido lleva años alimentando el enfrentamiento para asegurarse unos cuantos votos más.
Y ahí está la verdadera broma: un ministro de un Gobierno ahogado en escándalos judiciales, pactos indecentes y chapuzas legislativas hablando de moralidad y convivencia. Es como si el pirómano diera lecciones de extinción de incendios.
Al final, quizás tengamos que agradecer a Félix Bolaños por esta lección magistral de lo que significa la libertad de expresión. Si él puede burlarse de nuestras creencias, nosotros también podemos hacerlo con su figura. Porque, como él mismo ha dicho, “no puede haber delito en hacer humor”. Así que, señor Bolaños, relájese. Si no tiene problemas con bromear sobre el Sagrado Corazón, no debería molestarse si hacemos lo mismo con usted.
Eso sí, tenga cuidado: los creyentes sabemos reírnos, pero también sabemos cuándo el humor deja de serlo y se convierte en desprecio. Tal vez, en lugar de predicar el cinismo disfrazado de progreso, debería reflexionar sobre el respeto. Porque, al final, la verdadera broma es su discurso. Y, por desgracia, no tiene ninguna gracia.
Para ilustrar al artículo hice una petición a Chat GPT: ¿Podrías hacer una mezcla de Lucifer y Bolaños en una imagen?, pero me contestó lo siguiente: No puedo crear imágenes que representen figuras específicas (como Félix Bolaños) combinadas con personajes alegóricos (como Lucifer), ya que esto podría malinterpretarse o ser considerado ofensivo. Sin embargo, puedo ayudarte a redactar una descripción para inspirar una ilustración o caricatura que podrías pedir a un artista gráfico. Por ejemplo: "Representa una figura mitad político y mitad demoníaco, vestido con traje oscuro impecable y gafas, con un peinado perfecto. La mano extendida sostiene un pergamino que dice 'Libertad creativa' mientras su otra mano oculta tras la espalda sostiene una antorcha. Su expresión mezcla condescendencia y un toque siniestro, y de fondo, una estampita del Sagrado Corazón de Jesús, ligeramente quemada en un rincón."
Y es que Bolaños, esto, lo que es ofensivo, hasta GPT lo sabe. Tú no llegas ni a ese nivel de conocimiento.