“Hijos del fútbol” de Galder Reguera: amar jugando

“Hijos del fútbol” de Galder Reguera: amar jugando

Un patio, tal vez el de un colegio. La pelota empieza a rodar. Podría decirse que se trata de una pachanga entre clases rivales. Mentira: hablamos de mucho más; hablamos de pasión, deseos, sueños, vehemencia, desorden. Un jardín, tal vez el de un parque. Un padre observa cómo su hijo golpea un balón. Entonces, este le pide que participe: hoy será portero, ejercerá la función indispensable de atajar el cuero. Entonces, la imaginación inunda la mente de ambos. Y juegan. Y ríen. Y se establecen vínculos que van mucho más allá de lo terrenal. Vínculos que refuerzan la idea de que el amor embellece la vida y, ¡ojo!, el fútbol puede ser vehículo para su conquista.

Hay miles de escenas recurrentes: un gol festejado con quien amas, o, simplemente, con quien nunca viste ni hablaste, pero compartes la ardua tarea de defender los mismos colores; tu estadio, sus aledaños, cada uno de los elementos que conforman su singular realidad; libros, series o películas que se atreven a acudir al balompié para hablarnos de ese relato que escribimos día a día. Porque la narrativa del fútbol también sirve para explicar la vida. Es más, el fútbol es una metáfora maravillosa para explicarla y, ¿por qué no?, embellecerla. ¿Acaso quince minutos del fútbol más emotivo (acuda cada uno a su escena preferida) no pueden compararse, con, por ejemplo, el majestuoso brindis, “libiamo ne’lieti calici”, de la Traviatta? Pensadlo, reflexionad y, lo más importante, tened muy presente la excelente labor de Galder Reguera (1975) con “Hijos del fútbol” (Libros del lince, 2017), libro que acaba de ser reeditado, corregido y ampliado (Seix Barral, 2022) con un delicado y precioso prólogo de Ignacio Martínez de Pisón. En él, la vida, el balón y la literatura estrechan sus manos y emprenden la difícil labor de derribar sus propias fronteras. Poco a poco, se ofrece una secuencia tierna de recuerdos que, maravillosamente compilados y escritos, aportan al texto una hondonada de buenos argumentos.


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Nunca es fácil mirarse a sí mismo, señalarse y escarbar hasta obtener respuestas, pero su autor lo hace. La elegancia, sinceridad y delicadeza sostienen el peso de la historia que se nos cuenta. Historia que, por cierto, es real: sus protagonistas son Galder y su hijo, y sus familiares, más o menos próximos a esa pasión por la pelota, evidencian, ya lo dijo Simeone, que mañana, cada minuto, es la vida. Porque la función estructural del libro no descansa en algo que le es ajeno al autor, sino que parte de lo más hondo de su ser, igual que en “Libro de familia”, otro de sus mejores libros (2020, Seix Barral). Preguntarse si realmente quiere que su hijo herede su pasión por el fútbol sirve de estímulo intelectual para comprender la esencia de este Deporte">deporte, cuestionar su deriva y señalar sus mejoras. No obstante, hay que destacar que no se cae nunca en una suerte de fanatismo; tampoco se es irrespetuoso con la opinión que se presume distinta a la del autor. Hay, literariamente hablando, un juego de caballeros entre Galder y las palabras, entre la pluma y la disputa moral, ética o, simplemente, futbolística. Porque quien ha escrito este libro es muy (pero que muy) del Athletic Club de Bilbao (trabaja, de hecho, en su fundación). Mas no es algo que reste valor a lo escrito: se demuestra con ello que, en un mundo absolutamente deshilachado, hay pasión donde hay compromiso y, por tanto, existirá resistencia mientras exista el amor. Se pone de manifiesto a lo largo del relato que amar algo o a alguien supone apreciar una realidad compacta, entera, con sus caras y elementos consustanciales. Querer de verdad, de verdad de la buena (así lo decíamos cuando éramos niños), implica amar en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza. Por eso, de esta forma, como la vida se parece al fútbol, y el fútbol se parece a la vida, el amor de Galder por sus hijos y el Athletic se traduce en un amor que se sitúa más allá de la derrota o la victoria.

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