“Bienvivida”, una poética de lo rural por Rebeca Fernández Román

“Bienvivida”, una poética de lo rural por Rebeca Fernández Román

Si Miguel Delibes escribió que los hombres se hacen y las montañas están hechas ya, podríamos decir, en consecuencia, que el campo existe, pero la literatura hay que hacerla, labrarla. Incluso, no sería incierto afirmar que el amor existe, mas siempre hay que nutrirlo y modularlo como el panadero modula su miga o cuida el campesino su siembra.

Se precisan siempre, a fin de cuentas, hombres y mujeres, como la filóloga y escritora Rebeca Fernández Román (1998), que superen la temporalidad del recuerdo y combatan lo terrenal. Porque esta autora ha hecho suyas las tareas que deben guiar al buen poeta: construir la memoria de los pueblos; hablar su idioma. Basta, para comprenderlo, con leer su primer poemario, “Bienvivida” (2021), donde su hogar, Moreruela de Tábara, Zamora, se erige como protagonista, faro, lugar de encuentro, punto de no retorno. De lo personal se avanza hacia lo universal: la familia conserva la autenticidad y la pureza; el campo existe, sin embargo, para perdurar, necesita de la moral más sensible. Cada poema, rime o no, desde la sencillez más difícil de lograr, ofrece significado, valor y fe. Nada se pierde en el camino. Todo tiene su origen en el convencimiento noble y loable de que nadie muere del todo si su historia se escribe.


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Eso sí: aquí no todo es fondo o reflexión. “Bienvivida”, igual que “Caótico extrarradio”, su siguiente poemario, es un libro perfecto, armónico, donde la voluntad de forma no se abandona. El estilo, directo y metafóricamente construido por los elementos más cotidianos, resuena como un canto entonado en plena infancia: “Parecía que la primavera doraba el terreno de las margaritas / para que yo las recogiera con mis manitas”.

Hay sonoridad, ritmo y destreza. A medida que se avanza, uno comprende la magnitud de la obra: cada poema tiene su función; los versos no están seleccionados al azar. Al fin y al cabo, el poemario, en su conjunto, se presenta como una gran oda a esa España de paisajes limpios y tierras de cultivo. Los espacios que se dibujan son diques de contención: frente a la vertiginosidad de la ciudad, la lentitud del campo; frente al progreso desmedido y arrollador, cuidados, memoria e infancia.

Sin lugar a dudas, la tierra necesita voces; poetas dispuestos a construir el relato de sus pueblos. No desde el idealismo o la utopía, sino, como Fernández Román, desde el respeto a la hondura y su huella. Por eso, celebro este libro y, por tanto, mi encuentro con la autora como se celebra el título de tu equipo: copa en mano; dicha infinita; deseo candoroso de volver a verla jugar bajo los cielos altos de Castilla.

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