Falacias que adulteran la democracia

Falacias que adulteran la democracia

Nada hay tan decisivo para ser demócrata como tomar la decisión de cumplir las reglas de la democracia y hacerlo siempre.

Este Gobierno se aleja cada día más de esas normas, se las salta o las bordea a su favor en sectores clave como la economía, la justicia, la libertad de empresa o de comunicación, la educación. Lo hace con falacias y mentiras, con bulos o con globo sondas y en eso tiene un maestro, Pedro Sánchez, y unos destinatarios dispuestos a creerse todo lo que le cuentan sin el menor asomo de espíritu crítico o, lo que es peor, como dice Nicolás Redondo, "hacen más daño los socialistas honestos que se callan que los que están con Pedro Sánchez".

Es una falacia arbitraria y populista someter a debate público, sin rigor ni control alguno, la decisión de aprobar una opa de un banco sobre otro, cuando ya hay una decisión del órgano competente que deja la decisión en manos de los accionistas y no se pone a debate público, ni siquiera en el Parlamento, asuntos como los indultos, la amnistía, la política de defensa o los Presupuestos Generales del Estado.

Es una falacia enfrentar las energías nuclear y verde, cuando las dos son necesarias, llamar "ultrarricos" a sus accionistas (que son los mismos que generan la mitad de la electricidad renovable), culpar del apagón a un sabotaje que no existió para no asumir las responsabilidades políticas, no reconocer que no se han solucionado los problemas que habían sido detectados y no cesar a los responsables en todos los niveles.

Es una falacia hablar de transparencia y tener imputado al círculo personal y político del Presidente del Gobierno por utilizar las sedes del poder para obtener beneficios personales o de partido.

Es una falacia hablar de fachosfera y ultraderecha mediática y usar La Moncloa para buscar compradores para la empresa periodística más importante del país o para controlar a los medios mediante el dinero público o convertir la televisión pública en un espectáculo bochornoso al servicio del poder.

Es una falacia hablar de democracia y negociar con Bildu las grandes decisiones políticas del país y la reforma del Estatuto de Autonomía vasco, a espaldas del Parlamento.

Es una falacia decir que el recorte de la jornada laboral busca "que la gente viva mejor" y que todo el gasto de esa medida, sin debate, sin suficientes apoyos parlamentarios, sin el consenso de todo el Gobierno, recaiga sobre los que crean empleo y especialmente sobre los pequeños y medianos empresarios, fritos a impuestos.

Es una falacia decir que la economía va como un tiro sin reconocer que el 20 por ciento de los nuevos afiliados a la Seguridad Social en el último año son del sector público, que el número de ciudadanos ha crecido en dos millones y que ese crecimiento se debe en un 80 por ciento a la inmigración y sólo en un 20 por ciento a los nacionales. Y que, a pesar de esos datos, la desigualdad y el desempleo, sobre todo juvenil, pese a las artimañas estadísticas, siguen siendo un problema muy grave y un diferencial con el resto de Europa.

Es una falacia atacar a las Universidades privadas en su conjunto y calificarlas de chiringuitos y mantener el deterioro de las públicas, igual que se maltrata a la escuela concertada y se desincentiva a los profesores de la pública.

Es una falacia dedicar veinte millones a actos publicitarios "contra" Franco y congelar el gasto en exhumaciones de las víctimas y justificarlo por "la prórroga presupuestaria".

Los falsos dilemas son la herramienta del populismo para tratar de engañar todo el tiempo a todo el mundo. Y con muchos, lo consiguen.

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