Seis (o siete, u ocho) razones para que Sánchez convoque elecciones

 Seis (o siete, u ocho) razones para que Sánchez convoque elecciones

Quienes admiramos la integridad moral de la política portuguesa entendemos que las elecciones de este domingo en el país vecino significan un cierto reproche a lo que ocurre en España.

Al fin y al cabo, el primer ministro conservador Montenegro, como antes había hecho el socialdemócrata Costa, va a las urnas por sentirse afectado por sospechas de conflicto de intereses en negocios familiares. Se producen las elecciones portuguesas precisamente cuando en España arrecian las exigencias de la oposición para que Pedro Sánchez disuelva las Cámaras y convoque elecciones generales anticipadas.

Claro, Portugal es Portugal y España, España; poco que ver en cuanto a distancia ética y estética, la verdad. Y, sin embargo, y al margen de lo que digan Feijoo, el PP y VOX, pienso que el inquilino de La Moncloa tendría que replantearse la actitud de aferrarse casi desesperadamente al poder. Hay varias razones para un cambio radical de rumbo, ya digo que independientemente de las descalificaciones, a veces algo burdas y no muy profundas, procedentes de la oposición.

El Gobierno está claramente tocado. Falto de cohesión. Con ministros enfrentados entre sí y con casi todos, da la impresión, angustiados ante la "campaña de acoso y derribo" contra el presidente, y no me refiero tan solo a los famosos, pero judicialmente no muy trascendentes, whatsapps de Abalos. La solidez de la coalición gubernamental es, por culpa de la debilidad de Sumar, escasa, y el 'pacto no escrito' con otras fuerzas políticas se tambalea, especialmente por el lado de Podemos, que en cualquier momento puede dejar desamparado al Gobierno en una votación parlamentaria clave.

La debilidad en el Parlamento --también esgrimida por el portugués Montenegro para convocar la cuestión de confianza y, al perderla, convocar elecciones-- es, por tanto, otra de las características que jalonan la supervivencia del Ejecutivo español. Que casi todo siga dependiendo del forajido Puigdemont, que sin embargo rechaza apoyar unos Presupuestos que, inconstitucionalmente, no se presentan, sigue siendo toda un síntoma de la profunda anormalidad que preside el trayecto político en España. Únase a ello la extremada inestabilidad institucional, llámese Fiscalía General del Estado, Tribunal Constitucional o las decenas de instituciones 'okupadas' no muy democráticamente por la larga mano del Ejecutivo.

Y luego está la situación en el PSOE. En cualquier momento se puede hacer público algún informe de la UCO que afecte, aseguran varias fuentes, al 'número tres' del partido, Santos Cerdán, que mantiene un obstinado silencio ante los ataques y presuntas revelaciones 'mediáticas' que sobre irregularidades en el partido, y sobre él mismo, se van multiplicando.

Pero acaso lo más importante es que se necesitan nuevos métodos, nuevas actitudes, nuevas ilusiones y nuevos apoyos internacionales -Sánchez, ajeno a la que está cayendo 'en casa', vuela estos días entre Tirana y Bagdad- porque el tablero mundial ha sido pateado y las fichas andan por el suelo. El giro geoestratégico Planetario ha sido total y, aunque hay que reconocerle a Sánchez los suficientes reflejos como para posicionarse en Europa y con China, por ejemplo, los giros en las políticas nacionales de los países de la UE han de ser ser también notables: nada de cambios lampedusianos para que todo, en el fondo, siga igual. Porque nada es ya igual.

En efecto, nada es lo mismo ya que cuando, hace siete años y mediante una moción de censura, Sánchez logró formar una mayoría de gobierno frente al PP de Mariano Rajoy. Negar esta evidencia es, simplemente, absurdo: si el límite de un mandato debería ser -y en muchos países lo es- legalmente de ocho años, entonces, cuando el mundo puede cambiar en apenas tres meses gracias a la acción imprevisible y errónea de los principales líderes mundiales, la renovación de caras, actitudes, talantes y talentos ha de acelerarse.

Que no digo yo que esto consista, como quisiera el PP, en un 'quítame tú, que me pongo yo'. No soy de los que creen que, sin Sánchez, el PSOE se hundirá: inútil insistir en que el presidente tiene tantos valores como defectos y mantiene un suelo electoral de siete millones de votantes. Pero sí creo que, a este paso, puede que el partido con mayor pedigrí en nuestro país se hunda con un Sánchez poco dialogante, bronco, obviamente crispado y cuya divisa es, simplemente, 'durar'. No quisiera afirmar demasiado tajantemente que Sánchez es el problema. Pero, desde luego, la solución ya no es. Portugal, tan cerca y tan, tan lejos*

 

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